Título en castellano:
Economía de la Edad de Piedra
Título
original: Stone Age Economics. Año de publicación: 1974
Autor: Marshall
Sahlins
RESUMEN INTRODUCTORIO
Nos encontramos ante un libro que, por muchas razones, puede
ser considerado como un clásico de la literatura antropológica. Consciente de
la dificultad que encierra el análisis de una obra de tal envergadura, mi
intención en este trabajo será extraer una línea principal de razonamiento,
desde la cual abordar algunas de las problemáticas que tradicionalmente han
sido objeto de debate, y que, en la actualidad, siguen constituyendo un motivo
constante de tensión en el ámbito económico y político.
Marshall Sahlins propone que este debate
está ciertamente agotado, al menos en lo que respecta al ámbito académico.
Apoyándose en trabajos etnográficos y etnológicos de autores precedentes y contemporáneos
realizados en sociedades no industriales, intenta construir un marco teórico del hecho
económico a partir de los datos empíricos que proporcionan tales estudios. Este
nuevo espacio teórico quiere dar por zanjada la discusión, inclinando la
balanza hacia una determinada posición que más tarde consideraremos.
Sahlins parte del análisis realizado por Karl Polanyi (1) en relación a las dos
corrientes principales con las que se puede considerar la economía en relación con las sociedades.
Por un lado, existe un enfoque
formalista (cataláctico, en palabras del propio autor) del hecho económico.
Esta corriente, que en cierto modo tendría su equivalente filosófico en el
pensamiento positivista, en el cual
predomina la lógica formal, considera lo económico como una simple relación
entre las necesidades y los medios disponibles para satisfacerlas. Como las
necesidades son infinitas, los medios siempre resultarán insuficientes para
cubrir esas necesidades. Es decir, en esa relación entre necesidades y medios
siempre habrá que hacer una elección; pues bien, esa elección se convertirá
automáticamente en racional, pues no existe otro modo de abordar el hecho
económico que el de la maximización de la ganancia; el individuo siempre
tenderá a elegir aquellas opciones que le ayudarán a cubrir el mayor número de
necesidades con un mínimo de medios. De ahí se deriva el sentido formal del
término “económico”, que queda reducido a su equivalente terminológico de
“barato”, “conveniente”, etc. Este enfoque da como resultado una “cosmovisión” de
todo el hecho económico, como una constante elección entre medios y fines que
se autoregula y racionaliza por medio de un mercado que va conformando los
precios por la ley de la oferta y la demanda.
En el otro extremo se sitúa
el concepto sustantivo de la
economía, el cual difiere completamente de las teorías formalistas. En
palabras de Polanyi “el significado formal
procede de la lógica, el sustantivo de la realidad". En efecto, para Polanyi, los hechos empíricos lejos de dar
la razón a los formalistas, demuestran, una y otra vez, que la realidad del
hecho económico es mucho más compleja que la simple relación de medios y fines
en un contexto de mercado. La visión sustantiva se basa en que la realidad
económica está siempre mediada por todo tipo de relaciones sociales, que está “institucionalizada”, “imbricada” en la misma sociedad. Por
tanto, existe todo un entramado de redes sociales entre los seres humanos, que
facilitan su relación con el medio ambiente y le permiten subsistir. Por tanto
el objeto de estudio de los sustantivistas será el modo en que estas
instituciones y relaciones sociales construyen y constituyen lo económico. Al
contrario que las definiciones formales, las cuales nos dan una visión
incompleta de la economía, el sustantivismo enfatiza la integración de la economía
en un hecho social total (2).
A partir de estas dos definiciones opuestas, que representan
dos ideologías concretas que tensionan
las realidades sociales, Sahlins comienza a construir su obra, no sin antes
dejar claro que el debate formalista-sustantivista se encuentra en una vía
muerta, a pesar de que la realidad empírica ha demostrado que la teoría
formalista no está basada en la realidad y no es, por tanto, un universal
económico, sino que más bien, es una forma incompleta o “miope” de estudiar el
hecho económico. El libro, pues, se presenta como una obra sustantivista, aunque
el verdadero objetivo, en palabras de su autor, es “simplemente perpetuar la posibilidad de instituir una antropología
económica mediante unos ejemplos concretos”. (3)
El libro está estructurado en seis ensayos. En los tres
primeros se analiza la producción de alimentos en las sociedades primitivas. Apoyándose
en los estudios de diversos autores, se estudian varias cuestiones desde
posiciones sustantivistas, como la tesis que califica de opulentas a las
sociedades primitivas (capítulo 1), la subproducción como una característica
social, en vez de una consecuencia estrictamente económica (capítulo 2), o la
influencia que tiene la estructura social, como el matrimonio, el parentesco,
la religión o la política, en la realidad económica de dicha sociedad (capítulo 3). Los
siguientes tres capítulos parecen estar orientados a analizar como esos
productos son distribuidos e intercambiados en las diferentes comunidades
mediante los diferentes sistemas de organización social. El primer capítulo de
este bloque El Espíritu del don, trata
sobre el sistema de reciprocidad entre los maoríes, basándose en el famoso
ensayo (4) de Marcel Mauss (1923). A continuación, en el segundo capítulo, se
estudian los distintos tipos de reciprocidad entre las distintas sociedades
primitivas, basándose esta vez en los estudios de Malinowski sobre los nativos de las islas Trobriand, en Papúa Nueva
Guinea, recogidos en su ensayo los Argonautas del Pacífico Occidental (1922).
Sahlins establece en este capítulo una distinción importante al clasificar tres
tipos diferentes de reciprocidad: Generalizada, Equilibrada, y Negativa. El
tercer capítulo del bloque es un intento de detallar el funcionamiento del
intercambio y la redistribución en distintas sociedades.
Ante tan monumental y extenso material, cuyo estudio
pormenorizado haría inviable la realización del presente trabajo, he optado,
como he reseñado anteriormente, por centrarme en una línea de razonamiento
principal, que no puede ser otra que la que subyace en toda la obra de Sahlins,
a saber: la imposibilidad de estudiar “etnocéntricamente” los procesos
económicos, menos aún en las sociedades pre-capitalistas o no
industriales; de lo que se deriva la
necesidad de instituir una suerte de antropología
económica que haga posible estudiar el hecho económico como un todo,
íntimamente relacionado y constitutivo del hecho social; y por último, valorar
la repercusión que puede llegar a tener la visión de tal antropología económica
en nuestro mundo, cada vez más globalizado y dominado por una economía de
mercado, expresión cuasi-perfecta de las teorías formalistas de la economía.
1. OPULENCIA Y SUBDESARROLLO EN LAS
SOCIEDADES PRIMITIVAS.
Para poder subsistir, desde que los humanos pueblan la
tierra se han organizado en comunidades, más o menos grandes, con el fin de
adaptarse al medio ambiente que les rodea. Los grupos humanos, desde el momento
mismo de su constitución, empezaron a organizar sistemas de producción y
distribución económica. A estos sistemas se les denomina genéricamente como estrategias adaptativas (Cohen.1974). Por supuesto, que estas
estrategias están relacionadas directamente con las características sociales de
los grupos. Por eso Cohen nombró cinco estrategias adaptativas relacionadas con
la evolución “económico-social”: forrajeo, horticultura, agricultura, pastoreo
e industrialismo. Puesto que Sahlins toma como modelo de estudio las diferentes
etnografías sobre las sociedades forrajeras modernas, nos centraremos a
continuación en ellas. (5)
Hace unos 10.000 o 12.000 años, prácticamente toda la
humanidad era forrajera (recolectores y cazadores). Se organizaban generalmente
en bandas, pequeños grupos de menos de cien personas, todas ellas relacionadas
por parentesco o matrimonio, cuya característica más general era la de su alta
movilidad, es decir, el nomadismo. A pesar de que los forrajeros modernos no
deben verse como sobrevivientes aislados de la edad de piedra (puesto que cada
vez más son parte de estructuras regionales, nacionales o económicas, entre
otras), en cierto modo pueden servir de
modelo explicativo de los sistemas económicos que pudieron haberse dado en
las sociedades del paleolítico. (6)
Dos son los conceptos que sobresalen en la tesis de Sahlins,
en relación a la economía de estas sociedades primitivas. En primer lugar, el
concepto de sociedad opulenta, en
clara confrontación con la simplista y etnocéntrica idea de que aquellas
comunidades caminaban siempre al borde del colapso a causa del hambre y la
miseria, luchando constantemente por la supervivencia y la perpetuación de la
especie. Éste es, sin duda, uno de los muchos mitos que nos ha legado la
ilustración y la modernidad: el mito del progreso constante, del que se nutre y
retroalimenta nuestra sociedad industrial capitalista. Tomando el pasado como
etapas ya superadas por otras, en una continua concatenación, las sociedades
primitivas no pueden sino aparecer como
etapas infantiles de la evolución humana, paupérrimas, con economías incapaces
de generar los medios suficientes para la subsistencia. Marshall Sahlins
desmonta este mito, denunciando la falacia de esa visión formalista e
insuficiente, (basada en una economía de mercado como la nuestra), y propugnando incluso que las sociedades
primitivas vivían despreocupadas por la subsistencia, puesto que, por lo
general, tenían un buen acceso a los recursos naturales suficientes para
sobrevivir. En estas sociedades existía, pues, una especie de abundancia en los
recursos, por lo cual el ser humano debía trabajar unas pocas horas al día para
procurarse el alimento y el vestido. De aquí se concluye que las necesidades
del ser humano no han sido siempre infinitas, según el principio del mercado,
sino que han podido ser satisfechas en determinados contextos sociales,
primitivos y actuales.
El segundo concepto, íntimamente relacionado con el
anterior, tiene que ver con el subdesarrollo
de las comunidades forrajeras primitivas. Como decíamos en el anterior
párrafo, frente al hombre moderno y económico, cuyas necesidades son siempre infinitas,
existe un hombre del que puede decirse que “no desea algo para no carecer de
ello”. Muy al contrario, el “estilo de vida” de las sociedades cazadoras-recolectoras,
es reflejo de las condiciones de vida impuestas por el medio ambiente. Al ser
comunidades nómadas o semi-nómadas, los aspectos sociales y económicos han de
estar en consonancia con este hecho. Por eso hacen gala de una austeridad sin
comparación, son despreocupados y poco dados a la acumulación de material o de
bienes. Al tener que desplazarse con frecuencia, todo objeto material es una
carga y un problema añadido. Basándose en diversos trabajos etnográficos de diversos antropólogos, como los realizados
sobre los bosquimanos en el Kalahari, o los aborígenes en Australia. Sahlins
avanza en el estudio y comprensión de estos dos conceptos; los relaciona, por
ejemplo, con las horas dedicadas al trabajo, o con los hábitos de alimentación,
y las primeras conclusiones que parecen surgir son estas: las personas que
formaban parte de un grupo forrajero, trabajaban exclusivamente el tiempo
necesario para procurarse lo necesario para su subsistencia, el resto de tiempo
lo utilizaban en ocio y descanso. Se alimentaban de lo disponible en su medio
ambiente, en ese preciso momento, sin reparar en el mañana, y sin ahorrar
recursos para el futuro. Este hombre anti-económico vivía, podríamos decir, en
una economía de la abundancia y frente a él, paradójicamente, nos situamos
nosotros, los homos economicus,
viviendo en una economía de la escasez.
Por tanto, podemos concluir que el subdesarrollo económico
de estas comunidades es parte de su
estructura social, es decir, es constitutiva de esta. El hecho de que en las
sociedades del paleolítico no se aprovecharan los recursos o los medios de
producción al máximo, según el esquema formalista, no significa que estas
sociedades fuesen pobres. Debemos tener presente que esta subproducción de la
economía era, por así decir, “voluntaria”, no un hecho contingente, sino
necesario para la subsistencia y la reproducción del grupo. Al disponer de
todos los recursos a su alcance, los individuos no necesitaban ir más allá, trabajaba
incluso por debajo de sus posibilidades,
porque las unidades familiares y grupales se auto-regulaban y satisfacían las
necesidades básicas; mucho menos se preocupaban por un futuro material incierto.
Sin embargo, tampoco se trataba de grupos aislados y confinados a la unidad
familiar. Se trataba más bien de grupos
autónomos en los que se puede adivinar una cierta circulación de bienes
mediante una especie de reciprocidad
institucionalizada. Sólo con la llegada de la domesticación de animales y
el cultivo de plantas, hace alrededor de 10.000 años, el ser humano empezó a
producir por encima de sus necesidades reales, provocando que, en algunos casos,
llegara a haber un excedente al que había que introducir en un sistema de
comercio. Pero ese tema conlleva una problemática mucho más extensa de la que
puede abarcar este trabajo.
2. INFLUENCIAS DEL SISTEMA SOCIAL EN
LA PRODUCCIÓN Y DISTRIBUCIÓN DE ALIMENTOS.
Como he reseñado en el anterior apartado, la subproducción
es un factor muy a tener en cuenta en la organización económica de las
sociedades opulentas primitivas.
A simple vista esto parece paradójico, pero como Sahlins se
encarga muy bien de señalar, tiene su base en la propia sociedad, en la forma
en cómo los individuos se relacionan con sus sistemas de producción de bienes.
Según la clásica teoría marxista (7), los recursos y la fuerza
productiva, es decir, los propios miembros de estas comunidades, conformarían
la infraestructura social, y esta
infraestructura sería la que determinaría la superestructura. La superestructura sería entonces el conjunto de
elementos de la vida social dependientes de esa base o infraestructura. Sin
embargo, hay que tener en cuenta que quizá esta formulación, si bien tiene una
base correcta, es incompleta. Como se ha podido comprobar en multitud de
trabajos etnográficos, que Sahlins se encarga de poner en relieve en este
libro, es posible observar que elementos como el parentesco, el matrimonio, el
sistema político, la religión, etc. son factores que influyen sobre la
producción doméstica de alimentos.
Dos de estos factores, son señalados como determinantes. El parentesco influye en el aumento de la
producción, y depende directamente de la distancia consanguínea entre los
individuos de una determinada comunidad. Este aumento de la producción estaría
relacionado con el concepto de reciprocidad generalizada o equilibrada, que son
los dos tipos básicos de intercambio adivinado en las sociedades primitivas
basadas en el parentesco. Por otra parte, el factor político es indisociable de la producción, por cuanto que, a
medida que se extiende cierta circulación y reciprocidad, ésta depende cada vez
más de la autoridad política instituida. Por tanto, la figura de un líder
“político” es esencial. La falta de autoridad podría tener efectos muy graves
para la producción. La generosidad del líder, determinada por la necesidad de
prestigio u otras causas, incide directamente en el aumento de la producción.
En este punto, es necesario ocuparnos brevemente de los
movimientos de reciprocidad analizados por Sahlins a la luz de trabajos como
los de Malinowski y Mauss. Pese a la dificultad que entraña definir y delimitar
el concepto de reciprocidad (8) podemos considerarlo, a grandes
rasgos, como un hecho socio-económico instituido en las comunidades, en el cual
el prestigio del liderazgo es imprescindible, y que consiste, generalmente, en
el regalo (Potlach, Don o Hau) de
ciertos bienes de una comunidad a otra, o de una persona a otra. Ese bien, ni
es vendido, ni es dado, ni ha de ser
devuelto según nuestros términos
mercantilistas. Se trata, más bien, de una forma de ganar prestigio de una
comunidad respecto a otra, o de una persona respecto a otra. La reciprocidad
tiene un componente fuertemente agonal, pero que sirve para mantener una
jerarquía que constantemente compite en “generosidad” y que beneficia al clan.
Al contemplar esta moral basada en la reciprocidad y el
intercambio es inevitable un replanteamiento en nuestros esquemas previos sobre
la la función de la economía en nuestro
mundo. Visto desde esta perspectiva, podemos intuir el error que constituye
entender la economía como algo ajeno y separado del hecho social, como algo que
tiene un desarrollo y una vida propia. Tras siglos en los que la economía de
mercado (“formal”) ha influido notablemente en nuestro pensamiento y
comportamiento, hoy se hace más necesario que nunca el desarrollo de un estudio
antropológico que permita poner entre paréntesis aquello que creemos saber, y
que abra nuevas vías de estudio y de praxis política.
3. VALORACIÓN FINAL
A pesar de lo extenso (y en ocasiones difícil) material
expuesto, la lectura y el estudio de La
Economía de la Edad de Piedra ha sido muy revelador en muchos aspectos. Me
ha permitido comprender muchos aspectos de la antropología y de la economía, ha
abierto mi perspectiva hacia nuevas formas de entender el desarrollo, además de
haberme posibilitado estudiar y comprender el debate entre formalistas y
sustantivistas, que, en mi opinión, es clave para entender los muchos otros
debates que se derivan de éste. Ciertamente, en ocasiones el libro es
complicado de estudiar por la cantidad de aspectos técnicos que contiene. No
olvidemos, sin embargo, que lo que pretende Sahlins es, ante todo, dotar a la
antropología de bases científicas objetivas en lo que respecta a la economía
humana; por ello tiene que recurrir a los estudios etnográficos disponibles de
las comunidades forrajeras actuales. Esto conlleva (y no podría ser de otro
modo) un estudio pormenorizado de los hábitos de trabajo, de consumo, de
intercambio, etc. que sólo puede abarcarse desde una perspectiva técnica y
desde un método científico.
Sabiendo que he dejado muchísimas cosas en el tintero, por
la extensión del libro, la principal conclusión a la que la lectura me ha
llevado es, sobre todo, a que es
absolutamente necesario instituir una antropología económica no etnocéntrica,
o al menos lo más alejada posible de valoraciones hechas desde una realidad
económica concreta. Esto se hace ineludible hoy, cuando parece que una crisis
estructural del sistema de mercado nos lleva a replantearnos muchos aspectos de
nuestra economía. No se trataría de un debate exclusivamente basado en términos
capitalismo versus socialismo, sino,
simplemente, en la posibilidad de poder convenir que han existido, y existen
hoy, otras realidades sociales y económicas distintas de nuestro mundo
occidental y del sistema capitalista de mercado.
Para decirlo desde un terreno cercano a la filosofía,
especialidad que estoy estudiando actualmente, es prioritario generar realidades alternativas, que
puedan producir debates y, así, la búsqueda de soluciones a los problemas de la
realidad actual. De otro modo nos plegaríamos a una única realidad, a una sola
idea: y esto sería lo más cercano a un fascismo cultural.
NOTAS Y BIBLIOGRAFÍA
1. Karl Polanyi. El Sistema Económico como Proceso Institucionalizado.
N.Y. 1957.
2. Según la
célebre expresión de Marcel Mauss.
3. Introducción
del estudio Economía de la Edad de Piedra.
Marshall Sahlins. 1974.
4. Ensayo sobre los Dones: Razón y Forma del
Cambio en las Sociedades Primitivas. Marcel Mauss. 1923.
5-6. Notas
extraídas del manual de Antropología Cultural de C.P. Kottak.
7. Karl Marx. Contribución a la Crítica de la Economía
Política (Prólogo). 1859.
8. Reivindicación de la Ambivalencia Teórica.
La Reciprocidad como Concepto Clave. Susana Narotzky. 2002
Autor: José Antonio Marín Díaz.
Mayo 2014