Labrando el Erial

Erial: Dícese de una tierra o de un campo sin cultivar ni labrar.







Hay que comenzar, como todas las cosas, por un principio, y este blog pretende ser mi pequeña aportación, mi pequeña semilla para ayudar a cultivar el erial cultural en el que vivimos.



Probablemente nadie leerá nada de lo que aquí aparezca publicado, pero hay que pelear con los medios que tenemos a nuestro alcance para contribuir así a despertar las mentes aletargadas, adormecidas y aborregadas por la televisión y el utilitarismo.







viernes, 26 de octubre de 2012

¿ES LA ÉTICA UNA CIENCIA? Hombre contemporáneo y psicología.

Autor: José Antonio Marín Diaz

La pregunta que da título al siguiente comentario no puede hacernos sino plantearnos seriamente que es lo que se entiende por ética. Y ni siquiera qué es lo que se entiende, sino más bien, "QUÉ ES" la ética para el hombre contemporáneo de acuerdo a los parámetros adquiridos hasta hoy, desde que el ser humano comenzó a reflexionar sobre su propia vida moral y su relación con la sociedad en la que se integra, hasta la actualidad.
La respuesta, por supuesto, no es nada sencilla.

En primer lugar, porque debemos tener en cuenta que la ética no es una ciencia empírica, como puedan serlo disciplinas tales como las matemáticas, la física, o incluso las ciencias naturales. Podemos intentar ahondar en sus fundamentos, pero sería absurdo pretender explicarla por la experiencia. De ahí que en ética no podamos sacar conclusiones con valor de "ley", sino que a lo máximo que podemos aspirar es a hacer teoría crítica para tratar de determinar qué es, o bien lo bueno, o bien lo debido, o bien lo justo, o bien lo valioso, etc.

En segundo lugar, porque la ética nos habla de una dimensión moral del ser humano. Una cuestión que entra en conflicto con cualquier tipo de cosificación o de maniqueísmo en que podemos fácilmente incurrir cuando agrupamos a seres humanos individuales dentro de una figura “ideal” como la del SER HUMANO (con mayúscula). Esta última cuestión afecta fundamentalmente las relaciones que la ética mantiene con otras disciplinas como pueda ser, por ejemplo, la psicología, de lo que trataremos a continuación.

Históricamente, la filosofía se ha ocupado de esta dimensión moral del ser desde varios enfoques:
Aristóteles, por ejemplo, entendía la ética como un “entrenamiento “en virtudes. Entrenando, practicando, viviendo una vida virtuosa te hacía virtuoso. La virtud era concebida como aquella cualidad que hace valioso un objeto o un ser, porque realiza- y lo hace bien- aquello que se espera de ellos. Esa es la esencia de su existencia. La virtud de un cuchillo sería cortar bien, la de un carpintero sería llegar a ser el mejor artesano de la polis, etc. Por decirlo de algún modo más sencillo, Aristóteles sostenía que nuestra vida tenía un fin: el de llegar a ser virtuosos, a fuerza de practicar la virtud. Sólo así el ser humano podía ser feliz, y podía contribuir a perfeccionar la comunidad en la que se integraba. Como vemos, de lo que se trata es de una búsqueda de la excelencia, de un perfeccionamiento interior pero que repercute indiscutiblemente en el exterior.


En la edad media, sin embargo, se hace una transposición del hombre a Dios. Al contrario que Aristóteles muchos filósofos medievales entendieron que el ser humano nada podía hacer por sus propios medios para llegar a conseguir la paz o la felicidad, mucho menos para encontrar el camino de la virtud verdadera. Desde ese punto de vista, la autonomía del hombre era un error y un sinsentido. Ya existía una ley natural (heterónomamente impuesta desde arriba, por un Dios justo y bueno) que condicionaba todo nuestro orden moral, así que no debíamos pretender ir más allá de esto.

Es a partir del siglo XVIII cuando el ser humano comienza a sacudirse estas ideas y a emanciparse de la ortodoxa doctrina cristiana. Los nuevos ideales que trajeron consigo el renacimiento y la ilustración desplazarían al hombre del centro del universo. La visión geocéntrica, donde el ser humano se autoafirmaba como la piedra angular de toda la creación, sufriría un gran revés con los descubrimientos de Copérnico y Newton.
Es en ese momento, en ese contexto donde el hombre se siente desplazado, cuando comienza a buscar una nueva ubicación.
Kant recogerá todas las influencias y contradicciones de la época ilustrada. Basará su filosofía moral, no ya en un fin (telos), sino en el deber (deon).Vuelve a colocar la autonomía humana en el centro mismo del pensamiento ético. El hombre vuelve a ser protagonista de su vida moral. Esto tendrá unas consecuencias importantísimas, el hombre comienza a reflexionar sobre su propia condición, independizado ya de los hilos que lo unían a un destino impuesto externamente.
Será precisamente entonces cuando la ética, comienza a alejarse de la metafísica y empieza a relacionarse con multitud de disciplinas relacionadas, en mayor o menor medida con las ciencias humanas, como podían ser la sociología, el derecho, la antropología, la psicología, etc. Precisamente esta última es una de esas disciplinas imbricadas en la esencia (si es que puede tener tal esencia) del pensamiento ético.

La psicología estudia esencialmente los mecanismos que hacen que respondamos de una determinada manera ante determinados estímulos, internos y externos. Pero al igual que la filosofía, nunca podría llegar a ser una ciencia empírica por cuanto que, y a pesar de todos los esfuerzos teóricos, no puede determinar con antelación como vayamos a reaccionar o decidir ante cierta situación. Esto es así y no podemos obviarlo, aunque la psicología introspectiva y elementalista de W. Wundt-el cual la concebía como la ciencia objetiva de los hechos de la conciencia- en las postrimerías del siglo XIX, tratase de convencernos de lo contrario.

Ya a caballo entre el siglo XIX y el XX, surgieron tres grandes corrientes teóricas que trataron de descifrar, de llegar al fondo de nuestro comportamiento:

- La Gestalt trató de explicar en resumen, que aquello que pensamos, lo pensamos desde un orden simbólico. Es decir, tendemos a organizar nuestros pensamientos como “formas”, pero no como cadenas de elementos o  sucesos. Esto se realizaría, según dicha corriente, para ahorrar espacio en nuestro sistema consciente. Por ejemplo, al observar una fotografía, normalmente hacemos eso, “observar LA fotografía”, como forma, como icono, y no analizamos las partes que la hacen posible- las formas secundarias, los colores, las gradaciones, la acción del fotógrafo… etc. He aquí un ejemplo de imagen gestáltica:
 - El Conductismo más radical, como pudo ser en los primeros tiempos los experimentos basados en el “reflejo condicionado” de Paulov, o como pudo ser más tarde el de B.F. Skinner con su “tecnología” conductista, argumentaba de un modo fuertemente determinista, que el comportamiento podía ser modificado a través de adecuados estímulos, ya fuesen estos positivos o negativos.
 - Por último, el Psicoanálisis, encarnado por la figura de Sigmund Freud, ahonda mucho más en las profundidades de los sistemas pre-conscientes y conscientes de nuestra mente para abordar los problemas que se nos van presentando en el orden del comportamiento. Freud se valió de unas figuras simbólicas que representarían las distintas instancias en los que estaría estructurada nuestra consciencia. El YO, el ELLO, y el SUPER-YO, que vendrían a prefigurar un complejo entramado en el que los pensamientos son asimilados y condicionan nuestra respuesta ante ellos. Para el tema que nos interesa, el SUPER-YO encarnaría a esa conciencia moral, en la que toman forma los tabús, los miedos y la autocensura. Sería este superyó el que nos desvela la corrección o incorrección de nuestras acciones, el padre castigador que penaliza severamente nuestros malos pensamientos, etc.
 Pero, a pesar de todo, y a poco que nos paremos a observar un poco, pronto nos daremos cuenta que estos planteamientos teóricos, nunca podrían dar unas pautas mínimas de comportamiento (ni siquiera buscan eso), tampoco juzgan determinadas actuaciones como correctas o incorrectas, sino que su misión se orienta a explicar el origen de nuestras acciones una vez acometidas, es decir, a posteriori. El por qué hemos de comportarnos de determinada manera ante determinada cuestión sólo puede corresponderle a la ética, al pensamiento moral.

La duda surge cuando empezamos a plantearnos algo así como: “¿Entonces por qué razón debemos hacer lo correcto?”. Kant enseguida diría que, desde nuestra autonomía, debemos hacerlo simplemente porque es nuestro deber como seres humanos. Aun así surgiría una nueva objeción: “¿Quién puede juzgar y decidir qué deberes debemos cumplir?
Este problema, que viene de lejos, es una de las rocas en las que se tropieza a la hora de intentar fundamentar la moral.

Las éticas discursivas argumentarán que el imperativo categórico kantiano puede ser discutido dialógicamente. De ese diálogo puede salir un consenso racional con validez universal. Pero, ¿Dónde quedaría entonces la dimensión moral del individuo particular? Es el individuo el protagonista final de la ética, tal como lo es en la psicología, por eso nunca puede estar tan claro que una decisión colectiva deba ser necesariamente, por ejemplo, lo “justo” (tal como John Rawls reclamaba). En el mismo sentido, ¿acaso no sería posible un consenso de una gran mayoría sobre leyes injustas que perjudicaran a una minoría? No necesitamos irnos muy lejos para constatar ejemplos palpables.
Por otra parte, para que exista esa comunidad real discursiva ¿No tendría que existir a priori (y a lo Apel), una comunidad “ideal”?. Esta comunidad ideal debería actuar como fantasmagoría de lo que debe ser el SER HUMANO, marcando el verdadero orden moral a priori.

Todas estas cuestiones tienen, por supuesto, muy difícil resolución, pero nuestro “deber” es seguir indagando sobre cual sea el comportamiento que debemos seguir, y entender cuál es nuestra dimensión moral como individuos particulares dentro de la comunidad. En este contexto la psicología tiene un gran papel a desempeñar siendo como es, un estudio profundo de nuestro comportamiento en el medio ambiente en el que vivimos.