¿Qué hacer?
Es imprescindible que comencemos reflexionando y formulándonos esta pregunta. En todas las
épocas, en todas las situaciones, cualquier cambio comenzó a gestarse en el
mismo momento en el que alguien, en algún lugar, pensó traspasar la realidad
concreta de su presente y se formuló un “¿Qué hacer?”
Sin embargo esta corta pregunta conlleva muchos
condicionantes. ¿Qué es lo que entendemos o presuponemos en la pregunta?
Es decir, podríamos interpretar esta pregunta con muy
diferentes connotaciones. Por ejemplo, al formulárnosla podríamos interpretarla
como “¿Qué intento hacer?”, en lo que
sería una especie de abdicación ante la realidad que se impone. En este caso
veríamos la realidad como algo insuperable, algo tan inconmensurable que lo
único que podríamos esperar sería un fracaso como respuesta. La debilidad de
esta interpretación va implícita en la misma formulación de la pregunta. El
verbo Intentar no puede ser
compatible con “Hacer”, que en este
caso interpretamos como “generar algo”, y el “Qué”, que interpretamos como “algo nuevo, novedoso, diferente”. Así,
al generar algo (nuevo), no se le puede anteponer una condición, un intento,
pues entonces ya no sería una generación, sino una mera posibilidad de generar.
Esto invalidaría la pregunta en el sentido en que queremos formularla. Hacer aquí
implica o bien hacer algo, o bien no hacerlo, pero nunca posibilidad, contingencia
o intento.
Del mismo modo podríamos interpretar “¿Qué hacer?”, como “¿Qué puedo hacer?”, en cuyo caso lo que
estamos haciendo es trasladando el mismo sentido de la anterior formulación al
terreno de la libertad individual. La posibilidad ya no es algo dependiente más
o menos de las circunstancias externas, sino que ahora depende directamente de
las decisiones internas que tomemos respecto a la realidad. Sin embargo el
verbo “Poder” puede tener a su vez
varios matices, es posible entender poder como aquello que “puedo hacer” (posibilidad),
y también es posible entenderlo como “puedo hacer” (capacidad). Tanto el uno
como el otro reflejan la condición de libre elección ante los hechos, pero sólo
el segundo de ellos es susceptible de generar una nueva realidad. El primero se
queda en el camino de la elección, y puesto que el sentido de la pregunta sería
algo así como:” ¿Puedo generar algo diferente?”, la respuesta sería ya
respondida en el mismo sentido que la anterior. Es decir, en este sentido, el “hacer”
es incompatible con el “poder hacer”.
Por último, existe la posibilidad de que interpretásemos la
pregunta como “¿Qué debo hacer?” En el momento que lo hiciésemos apelaríamos a
nuestra autonomía moral y a nuestro deber a la hora de actuar ante determinada
realidad. “Deber” no puede ser
interpretado aquí como un deber impuesto desde el exterior, sino como un deber en
sentido kantiano, nacido de la reflexión interior de cada ser humano, de modo
que ante la realidad tuviésemos la capacidad de saber, o decidir, qué es lo que
vamos a hacer con esa realidad. Si en las dos formulaciones anteriores no queda
del todo claro como pueden ser compatibles el “intentar” y el “poder”, con el “generar
algo”; esta última interpretación de la pregunta sí deja ver una interpretación
más clara. A saber, que la realidad es susceptible de interpretaciones, pero
que sólo nuestra autonomía moral, libre y consciente, es una realidad objetiva
y en cuanto tal, a ella si le es posible generar algo nuevo, algo diferente a
través de esta autonomía.
En otras palabras, ante una realidad concreta sentimos el
llamado del deber, es cierto que más tarde podemos hacer algo o no hacer nada;
tanto lo uno como lo otro es una decisión ante esa realidad. Ahora bien, aquí
ya no se trata de una mera opinión o de una mera posibilidad. La propia
reflexión que te impele a actuar de determinada forma ya está generando de por
sí nuevas ideas, nuevos esquemas de actuación. El deber se interpretaría aquí
del siguiente modo: “Ante esta realidad ¿cuál es mi deber?” y al auto-plantearnos
esta pregunta se estaría ya “generando algo nuevo”.
A modo de conclusión quisiera trasladar esta reflexión a la
problemática política actual. La devaluación que ha sufrido la política en
estos tiempos no puede ser entendida como una mera consecuencia de la desastrosa actuación de partidos
políticos determinados, o de personas corruptas dentro de esos partidos. Por
supuesto es importante que estas cosas salgan a la luz, pero no reflejan la
verdadera causa de la realidad que estamos viviendo. Todos los días la
televisión, la radio, los diarios nos bombardean con información (a veces
incluso contradictoria), y lo que se consigue de este modo es distraernos de
las causas últimas por las que se generan estos problemas. Esta avalancha produce
un efecto anestesiante en las personas que ya no saben mirar por encima de los
problemas del día y se quedan en la mera queja, impotentes, desesperados,
parloteando sobre los “coches oficiales”, los “políticos”, los “partidos”.
Ante este panorama pues ¿qué hacer?
Podemos seguir “intentando hacer algo”, o seguir diciendo una y otra vez que
“podríamos hacer algo”, pero lo que de verdad necesitamos ahora es volver a
colocar la ética del deber en el centro de nuestras aspiraciones políticas. No
sirve de nada la queja si se queda ahí, si no conlleva una constructividad. Si
criticamos la realidad existente, debe ser para generar un algo nuevo y mejor,
y esto solo es posible a través de nuestra propia reflexión, sobre cual sea
nuestro deber para con la realidad. El verdadero valor de este “hacerse” para “generar
algo” tampoco puede estar en sus potenciales resultados, ya sean electorales,
ya sean de posibilidad, etc. sino en el hecho mismo de actuar conforme a las
convicciones y conforme al deber autoimpuesto. El valor generador de nuevas
cosas está en el propio generar.
Por eso, ante la desesperanza a la que nos tiene sometido el
mono-diálogo del capital-fascismo, debemos contraponer la posible generación de
otras- nuevas alternativas más justas. Si nuestro deber es proteger al ser
humano, debemos hacerlo sin importar las consecuencias, y debemos hacerlo por
encima de las consideraciones económicas. Del mismo modo, si debemos optar por
una posición política, no podemos dejarnos desanimar por la imposibilidad de su
potencial realización. Sólo si entendemos que el capitalismo no es la (única) realidad
podremos empezar a considerar la posibilidad de cambiar el futuro para la
supervivencia de la humanidad.
NOTA: El título,
y solo el título de esta reflexión está inspirado en la obra “¿Qué hacer?” de
V.I. Lenin. Escrito en 1902
AUTOR: JOSÉ ANTONIO
MARÍN DIAZ