Labrando el Erial

Erial: Dícese de una tierra o de un campo sin cultivar ni labrar.







Hay que comenzar, como todas las cosas, por un principio, y este blog pretende ser mi pequeña aportación, mi pequeña semilla para ayudar a cultivar el erial cultural en el que vivimos.



Probablemente nadie leerá nada de lo que aquí aparezca publicado, pero hay que pelear con los medios que tenemos a nuestro alcance para contribuir así a despertar las mentes aletargadas, adormecidas y aborregadas por la televisión y el utilitarismo.







sábado, 7 de septiembre de 2013

Slavov Zizek. El Año que Soñamos Peligrosamente Cap. 2



Comentario propuesto para el capítulo 2. “El trabajo del sueño de la representación política”

Si de lo escrito en el comentario anterior pueden extraerse unas ideas generales sobre los acontecimientos que estamos viviendo en nuestro mundo globalizado en este primer cuarto de siglo, se ha de prestar también atención a ciertas cuestiones que son básicas para la comprensión total de dichos acontecimientos.
Como la guía de estos comentarios es el análisis económico y político marxista, no podemos pasar por alto sus complicaciones dialécticas. En el anterior escrito se dejó expuesto las contradicciones que pueden conllevar un rígido historicismo, una concepción evolucionista de la humanidad. También vimos que las relaciones entre las tradicionales clases sociales no podían ser comprendidas a la luz de lo que era “ley natural” en el siglo XIX, pues estas relaciones se habían desdibujado enormemente, y hoy ya no está claro hacia donde tenemos que dirigir la mirada cuando queremos saber quién maneja y mantiene esencialmente el desequilibrio estructural que legitima el capitalismo. Consecuentemente este último punto es el que debemos analizar en profundidad, intentando dilucidar el problema de la representación política en nuestras sociedades occidentales. 

Marx tenía claro que la representación política no puede reflejar directamente la estructura social. Es decir, es posible que un partido político represente los intereses de varios grupos sociales diferentes, o puede que una clase social renuncie a ser representada directamente por un grupo político confiando en ejercer el poder mediante otros medios, etc.
Esta complicación puede explicarse mediante un ejemplo: Las alianzas políticas constituidas para preservar la hegemonía de una determinada facción. En su análisis de la revolución francesa y posterior desenlace, Marx pone como ejemplo la creación del Partido del Orden, el cual tomó el poder cuando el impulso revolucionario se fue agotando y empezaron asomarse los fantasmas del viejo régimen. El Partido del Orden surge de una alianza de dos facciones abiertamente monárquicas y aristocráticas. Es decir, que ambas facciones son profundamente antidemocráticas, pero comparten un denominador común: la defensa del republicanismo. Su interés común solamente puede representarse mediante la forma de la “negación de la premisa compartida”. Del mismo modo, en la actualidad, los agentes políticos que mejor representan los intereses del Capital no son los partidos conservadores o ultraconservadores, sino las alianzas formadas tácitamente entre estos y la socialdemocracia (razón por la cual, por ejemplo, Wall Street confía en Obama). Acercando el foco al problema en España, se deduce que aquel agente que mejor representa al capitalismo no es únicamente el Partido Popular (tradicional facción conservadora en este país), sino el pacto formado sobre una premisa compartida (aunque intangible), entre este partido y la socialdemocracia española, que en este caso está representada por el Partido Socialista Obrero Español.

Una de las conclusiones, pues, a que llegamos es esta: Para representar la totalidad, para que el sistema pueda funcionar, el partido que gobierna debe inevitablemente representar a una clase particular, pero como ningún partido o facción está en condiciones de hacerlo sin tapujos, representa a aquella que precisamente no está constituida de un modo cohesionado y con unos intereses definidos. Es esa una clase de individuos “apolíticos”, situados por encima de los intereses de clase, que no pueden representarse a sí mismos y por tanto son su caudal permanente de votos. Esa clase es la "clase media".
La ambigüedad de la clase media tiene su mejor ejemplo en el modo en que se relaciona con la política: por un lado, se autodefine como “apolítica”, solo quiere trabajar y vivir en paz… esta es la razón por la cual tiende a apoyar golpes de estado autoritarios cuando la sociedad se agita. Por eso, es la clase media la que apoya los movimientos populistas y derechistas más reaccionarios.

En síntesis: Como la representación política pura no es posible, por cuanto que una facción no puede representar exclusivamente los intereses de una determinada clase, dentro de la democracia parlamentaria los partidos hegemónicos tienden a hacer alianzas tácitas sobre una premisa común a fin de preservar el sistema que les permite seguir gobernando hegemónicamente… aunque sea por turnos. Estos gobiernos pueden cambiar las formas y los discursos pero se mueven y giran siempre sobre un mismo plano. De hecho, es la “idea” de protección del "Estado del Bienestar" y de la "idea" de "Clase Media" el denominador común con el cual forman sus pactos, y que les permiten seguir gobernando cuasi eternamente. Ni el partido más conservador tendría en su programa la eventual destrucción de estas “ideas”, aún cuando las políticas reales vayan en esa dirección. La formación en nosotros de esa idea del Estado del Bienestar y de la pertenencia a una Clase Media indefinida, son las mejores armas que utiliza la hegemonía económico-política para mantener el poder y desarmar cualquier aspiración de cambio de paradigma.

AUTOR: JOSÉ ANTONIO MARÍN DIAZ

miércoles, 4 de septiembre de 2013

En torno a Ayn Rand y el Objetivismo




Tras la lectura de las dos novelas de Ayn Rand - El manantial y La Rebelión del Atlas- creo necesario hacer una crítica muy general y resumida de las posiciones “objetivistas“defendidas por la autora. Ignoro si esta corriente filosófica tiene muchos seguidores, o si tiene el suficiente peso dentro de la tradición filosófica occidental; en todo caso no es esta una preocupación que deba ser estudiada aquí, como tampoco es mi intención hacer una crítica literaria de estas novelas, sino por el contrario intentar despejar algunas dudas que me han surgido a raíz de la lectura.

Por de pronto, la posición ideológica es claramente liberal. El individuo es lo importante, la colectividad es el enemigo a batir. Esto no tiene nada extraño dentro de la tradición norteamericana, pero en mi opinión, esta ultra-defensa del individuo contra la sociedad que le oprime y conspira para evitar su plena realización, se hace de una forma vil y tramposa.

Tomemos como ejemplo la novela El Manantial; El personaje principal es Howard Roark, un arquitecto que quiere y consigue hacer edificios sin plegarse a las exigencias de la sociedad. Hasta ahí es algo muy loable, pero la pluma de Rand nos describe un ser totalmente despojado de todo sentimiento, un ser que sólo es pura razón. Esto convierte a Roark en un ser asocial, o mejor, sociópata. En medio de sus discursos megalomaniacos, se justifica el derecho de opresión de unos pocos fuertes sobre los más débiles y menos dotados. Pero ahí creo yo es donde está la trampa. Roark forma parte, quiéralo o no la autora, de una clase superior (llamémosla alta burguesía), como lo son todos y cada uno de los personajes de sus novelas. Nada nos dice la autora de aquellos otros infra-seres que trabajan en la construcción de los edificios proyectados, sin la participación de los cuales no pasarían de ser quimeras en la mente del arquitecto. No resalto esto porque quiera dar preeminencia a una posición ideológica sobre otra, sino porque es tramposo dotar de unas cualidades determinadas a un ser humano concreto -que casualmente siempre está dentro de la clase dominante- y callar con malignidad sobre la posibilidad de que otro ser humano, tomemos por caso un simple obrero de la construcción, pueda estar dotado de esas mismas cualidades. Muy al contrario, cuando los obreros tienen algún papel en la narración, es para reforzar su propia opresión, para justificar el derecho de superioridad de un ser mejor sobre otros seres peores, miran a Roark como a un dios, y estarían dispuestos a sacrificarse en la pira por él. Pero la pregunta que surge es la siguiente: ¿Entre toda esa gente pequeña no existe nadie que se sobre-ponga a su posición, a su condición como individuo dentro de la sociedad?, ¿nadie que sepa que es grande por sí mismo, y que comience a hacer su santa voluntad frente a su jefe?, ¿no es eso precisamente lo que hace Howard Roark?

Esta ocultación ya denota una posición ideológica muy extremista. Fascista me atrevería a decir. Aboga abiertamente por el derecho natural a la opresión, individual, económica y socialmente.
Esto último es muy curioso, pues para ilustrar ese anhelo de superhombres y esa fobia al colectivismo, el socialismo se nos presenta a través de un personaje cómico y maquiavélico, Ellsworth Toohey, cuyo único fin es destruir a los seres individuales, a los seres con algo que ofrecer al mundo, para favorecer en cambio los logros de la “masa”. Esta es otra de las trampas filosóficas del libro. Cuando observamos a ese gran hombre que es Roark, no lo olvidemos, un ser sin miedos, sin compasión, sin sentimientos (un autómata en fin, un ser completamente individual que no depende de nada ni nadie) nos surge una pregunta: ¿Cómo es posible que haya proyectado siquiera una casucha?, ¿Cómo ha podido proyectar edificios, rascacielos, viviendas experimentales? Rehúsa de la sociedad, pero es la sociedad la que le permite, en esencia, ser lo que es. Sin esa sociedad, sin ese sistema social que le ha ofrecido, de una forma u otra, las condiciones necesarias para poder usar a esa misma sociedad para sus propios fines, Roark sería un mono todavía en el árbol, un mono, eso sí, con corbata y con delirios de grandeza.

Para resumir, el objetivismo de Ayn Rand, al menos tal y como está expuesto en sus dos novelas, adolece de una entidad suficiente como para ser tomado en serio. Es una utopía fruto de los delirios y de los miedos de la autora, pero que no tiene consistencia y que conlleva una peligrosa carga de racismo, clasismo y de justificación del derecho natural de opresión de unas personas sobre otras.

AUTOR: JOSÉ ANTONIO MARÍN DIAZ