Labrando el Erial

Erial: Dícese de una tierra o de un campo sin cultivar ni labrar.







Hay que comenzar, como todas las cosas, por un principio, y este blog pretende ser mi pequeña aportación, mi pequeña semilla para ayudar a cultivar el erial cultural en el que vivimos.



Probablemente nadie leerá nada de lo que aquí aparezca publicado, pero hay que pelear con los medios que tenemos a nuestro alcance para contribuir así a despertar las mentes aletargadas, adormecidas y aborregadas por la televisión y el utilitarismo.







jueves, 14 de febrero de 2013

¿Es posible llegar al concepto objetivo a través de la dialéctica socrática?



Pese a las dificultades que entraña un tema como el que se deriva del título anterior, creo que es interesante desentrañar ciertas cuestiones básicas para entender el posterior desarrollo del pensamiento occidental. Un pensamiento con largo recorrido, que atravesará épocas difíciles y esplendorosas, acontecimientos históricos de gran magnitud, un progreso técnico sin parangón, etc. Todo ello, claro está, si es que lo miramos desde un punto de vista etnocéntrico y occidentalista.
Esto de por sí ya conlleva otra problemática, porque, ¿hasta qué punto podríamos considerar este pensamiento nuestro actual como heredero del pensamiento clásico?, o aún más, ¿cómo podríamos establecer un nexo que conectara nuestro actual pensar con sus inmediatos precedentes, ya sea el idealismo, el marxismo, el positivismo, etc.? Esta forma nuestra de “pensar” nuestro pensamiento, propia del historicismo, contiene en sí una imagen de la historia similar a una gran cadena, en la que numerosísimos eslabones se encuentran conectados entre sí, en una secuencia sin fin. Ahora bien, lo que no se tiene nunca en cuenta en esta concepción, es la posibilidad de la existencia de otros eslabones que, por motivos evidentes, nunca han sido incorporados a esta cadena. Me refiero a aquello que ha quedado fuera del relato oficial, fuera de la historia tal como la concebía Hegel: lo a-histórico, entendido como “fuera del linde de la historia del progreso humano”. Es evidente que los perdedores de todas las épocas han quedado fuera de este mono-relato historicista; es por esto que los “saberes” propios de los nativos americanos nunca han sido incorporados a la historia del progreso, es por esto también que hoy nos resulta casi imposible comprender el pensamiento presocrático, al que tenemos que mirar desde un relato ya construido, en buena parte por Platón, pero legitimado, vez tras vez, por el ideal de superación de los relatos pasados.
De esta forma, los pensadores presocráticos (o más bien debiéramos decir preplatónicos), aparecen como representantes de una época arcaica, cuyas concepciones acerca de la naturaleza y de la vida son vistas por nosotros de modo condescendiente, como si éstas pertenecieran a un estadio infantil del pensamiento humano. Por eso al intentar descifrar la figura y el pensamiento de Sócrates, tendemos a situarlo, no ya en su justa medida, sino como frontera entre un pasado superado y una proyección hacia el futuro.

Ciertamente para nosotros Sócrates es una figura atrayente, siempre rodeada por un cierto halo de misterio; Nació en 469 ac, en el seno de una familia de clase media. Su padre era cantero (escultor) y su madre, tras la muerte de éste, se dedicó al oficio de comadrona. Murió ejecutado en 399 ac. tras un juicio en el que fue encontrado culpable de impiedad.
Sócrates probablemente no fue un gran filósofo, en el sentido que hoy entendemos; no pudo (o no quiso) sistematizar su pensamiento, sino que se limitó casi exclusivamente al diálogo sobre cuestiones relacionadas con la moral, descuidando, o dando poquísima importancia, a otras problemáticas. Sin embargo, no podemos considerarlo tan solo como una especie de predicador de la moral, pues esto no le haría justicia en ningún caso.Tampoco dejó nada escrito y ésto, unido a las diversas fuentes - principalmente Aristófanes, Jenofonte, Platón y Aristóteles-  de que se dispone para desentrañar su pensamiento, hace que la posibilidad de que los estudiosos puedan reconstruir al Sócrates histórico se convierta en una tarea imposible. Así pues, dado el tiempo y el espacio limitado, dejaré de lado esta cuestión, así como la cuestión de la genuinidad del pensamiento Socrático en tales fuentes,  y me centraré en intentar descifrar qué es lo que Sócrates podía entender por una realidad absoluta y si ésta puede alcanzarse a través de la dialéctica.

Para Grecia, el siglo V ac, fue un periodo de transición en muchos aspectos, se produjeron grandes cambios sociopolíticos. Por supuesto, el pensamiento de la época no podía sustraerse del contexto en el que se desarrollaba; vemos que es entonces cuando “el eje de la reflexión filosófica  comienza a desplazarse de la naturaleza y del cosmos hacia el hombre, y a todo aquello que le concierne en cuanto miembro de una sociedad.” 
Podemos decir que en esta época tiene lugar una especie de” humanismo”, en el que se desarrollarán las ciencias humanas. La sofística será en buena parte responsable de todo este desarrollo, pues esta corriente de pensadores centraba toda su atención en la educación (paideia) de los jóvenes a fin de producir grandes y excelentes “profesionales” que medraran en la polis. Los sofistas no se preocupaban ni de la phýsis, ni del kósmos, ni de conceptos abstractos como la verdad o la justicia; Lo único que centraba su interés era formar a la futura élite de la ciudad.  En este contexto es donde tiene lugar el ascenso de Sócrates.
Desde el principio, Sócrates fue confundido con un sofista más, y no es descabellado pensar que quizá eso fue una de las causas de su condena, ya que la época de finales del siglo V fue un periodo de franca decadencia en Atenas. Se desmoronaba no sólo la hegemonía militar y comercial ática, sino también las formas de vida tradicional de los ciudadanos. Así que no es de extrañar que se echara buena parte de culpa a los sofistas, esos extranjeros procedentes de las colonias que se dedicaban a introducir nuevas ideas en los jóvenes. Esto sería paradójico porque en realidad Sócrates no hizo otra cosa que luchar contra las concepciones utilitaristas de la sofística, haciendo a éstos a su vez, directamente responsables de la decadencia ateniense. Sócrates, además, buscaba incansablemente contraponer un método para llegar a conocer conceptos universales y objetivos, de modo que a la luz de éstos, pudiera practicarse una vida virtuosa para llegar a ser mejores hombres y mejorar así la ciudad.

Cómo antes he reseñado, Sócrates seguramente fue un personaje excéntrico, algo tosco, despreocupado de las convenciones sociales y académicas, y parece que nunca estuvo muy interesado en las cuestiones especulativas sobre la naturaleza y el ser, sino que desplazó estas investigaciones hacia el ser humano, tratando siempre de dar respuesta a algo así como: “¿qué significa ser hombre?”. Se limitó, pues, exclusivamente al ámbito moral. Hay que destacar el método utilizado por Sócrates para lograr descubrir esos conceptos generales. Sócrates pretende siempre llegar a los conceptos generales, a partir de premisas particulares. A través de un proceso dialectico, que consta de dos momentos, la Ironía-refutación y la Maiéutica (dar a luz), buscaba que cada interlocutor, después de haber incurrido en contradicción respecto a lo que creía saber, llegase  a “dar a luz” conclusiones propias, ideas que se encontraban ya en su interior sin saberlo.
Por eso Sócrates sí busca una realidad fija, objetiva, contraria a la opinión, pero no le interesa la ontología, sino los discursos que puedan trascender el ámbito de lo subjetivo para llegar a ser universales. Es decir, por medio de los dia-logos, desechando opiniones parciales y subjetivas, poder llegar a conocer las realidades universales. Esto convierte a Sócrates en una especie de J. Habermas de su siglo, que busca a través de la crítica y el diálogo, una razón común, unos ideales comunes para salvar Atenas de la decadencia en la que se estaba sumiendo. Con ello pretendía superar tanto el dogmatismo ontológico de Parménides, (el cual podemos identificar con una posición política reaccionaria, inmovilista, de pensamiento único), como el relativismo utilitarista que hacía de la política la sofística. Las preocupaciones socráticas en estos momentos se mueven en torno a la moral, a la virtud y el bien supremo del hombre.
Es cierto que Sócrates sí coincide con los sofistas en primar los problemas políticos sobre la mera especulación científica, los problemas morales sobre la physis. Lo que separa sin embargo a Sócrates de los Sofistas son los diferentes posicionamientos políticos que toman. No olvidemos que el gran debate ontológico recorría ya un siglo, la sofística era heredera de esa tradición pluralista, donde el Logos (el “decir” racional) estaba por encima de consideraciones abstractas sobre la naturaleza. “El decir” se transformaría en “Los decires”; ya no habría un único “decir” sobre el ente, sino una múltiple pluralidad de “decires”. La consecuencia de esto fue que para ellos nunca más podría existir un único discurso verdadero, “los decires” estaban por encima del “ser”.
Frente a este subjetivismo y relativismo de la sofística se posicionará Sócrates, él si busca una realidad objetiva, cree en normas universales verdaderas, válidas per se,  y superiores a la contingencia de las opiniones subjetivas. Lo que ocurre es que Sócrates no se apoyará para ello en la otra tradición, en la ontología del ser-uno. El ser único parmenídeo representaba una especie de “fascismo”, un pensamiento y un discurso único y totalizante. Sócrates piensa que las especulaciones sobre la Naturaleza y el Arché no tienen mucho sentido. Es en el hombre (y no fuera de él), en el autoexamen de nuestra conviencia donde hay que buscar la verdad. Del conocimiento propio se nos revelará la verdad y conoceremos el bien, y del bien se derivarán las normas universales, objetivas y verdaderas. Pretende así encontrar conceptos universales, a través del diálogo, a través del autoexamen de la moral individual. Los grandes temas socráticos: el bien, la virtud, el intelectualismo moral, no hay que mirarlos sino a la luz de esta creencia.
Ahora bien, el problema estriba en que Sócrates parece haber ignorado el hecho de que el ser humano tiene voluntad propia. Su “intelectualismo moral” en el que la sabiduría es identificada con el bien, y la ignorancia con el vicio, es fuertemente determinista; de esto se deriva que nadie puede hacer el mal voluntariamente, sino que lo hace por ignorancia del bien. Esto parece a todas luces contrario a la realidad, pues el ser humano está dotado de voluntad, y puede hacer tanto el mal como el bien de manera consciente, es decir, que puede hacer el mal a sabiendas que es un mal.

Esto nos llevaría a trasladar esta problemática al terreno inestable de los conceptos universales. Es decir, el ideal socrático podría pretender algo así como: comienza realizando un auto-examen de tu conciencia individual para liberarnos de los prejuicios y de las pre-comprensiones, aprehende la verdad revelada a fin de poder participar después en el diálogo (dialéctica) y poder llegar, a través de éste, a un concepto universal.
Sin embargo ¿de qué manera podríamos fundamentar un concepto objetivo a través del diálogo universal de seres subjetivos? Parece complicado entender que exista la posibilidad de hallar una definición objetiva y universal de un concepto, tal como por ejemplo el de “justicia”, sin que exista una idea ya impuesta. Es decir, Sócrates se acercó a la senda de la metafísica, aunque no pudo transitar por ella, porque probablemente no pudo ver más allá de su realidad inmediata.

En cuanto a las “realidades objetivas” pues, y para decirlo con Marzoa, habrá que entender que todo cuanto se dice sobre algo concreto, conlleva su tematización. Es decir, “establecemos un concepto, en cuanto de ello decimos algo, en cuanto le referimos o atribuimos algo.”

Un concepto como “justicia” lleva en sí su tematización, aquellas caracterizaciones que le atribuimos como “justicia”; pero éstas caracterizaciones, a la vez no se tematizan porque ya están pre-supuestas y forman constitutivamente este mismo concepto de “justicia.” El eidos (aspecto- imagen), en término de Platón, equivaldría a un “En qué consiste ser”, o “Qué constituye el ser” de algo, mientras que lo que utilizamos para designar ese algo, el ente, se expresaría como “Lo que es”.
Así, a la pregunta: ¿Qué “es” justicia? No se podría responder intentando tematizar lo constitutivo de ésta (el eidos), porque entonces incurriríamos en una contradicción; haciéndolo responderíamos algo así como: “lo constitutivo de tal es lo constitutivo de tal es lo constitutivo…” pero nunca llegaríamos a una  verdadera definición firme de lo que pudiera ser la justicia. Algo así es lo que Sócrates pretende, intentando descubrir conceptos universales, en conceptos “particulares”, a los que ya les suponemos unas ideas determinadas. Es probable que la crítica despiadada que Nietzsche le dirigiera, considerándolo como “el primer exponente del linaje de los alucinados del transmundo” vaya en este sentido.

Sería Platón el que andando el tiempo entendió que el “Ser” de algo no puede estar en el mismo plano que “la determinación particular” de ese algo. Platón es capaz de construir el edificio metafísico, deduciendo que sólo el eidos es; es la “idea de” la que prevalece sobre lo particular, sobre la cosa. Por tanto la presencia de algo en realidad no es de ese algo concreto, sino que es presencia de la idea sobre ese algo. De ahí se deduce su distinción en dos niveles de conocimiento, el sensitivo (el que mira lo a-par-ente) y el superior (el que mira el eidos propiamente dicho) En conclusión, Sócrates nunca pudo superar esta contradicción entre la realidad y los conceptos objetivos porque no pudo vislumbrar lo suprasensible como plano distinto a lo real. Su búsqueda de una verdad objetiva no podía superar este obstáculo y fue Platón, sin embargo, el que sí dio el paso definitivo para la fundamentación de la metafísica.

AUTOR: JOSÉ ANTONIO MARÍN DIAZ