Pese a las dificultades que entraña un tema como el que se
deriva del título anterior, creo que es interesante desentrañar ciertas
cuestiones básicas para entender el posterior desarrollo del pensamiento
occidental. Un pensamiento con largo recorrido, que atravesará épocas difíciles
y esplendorosas, acontecimientos históricos de gran magnitud, un progreso
técnico sin parangón, etc. Todo ello, claro está, si es que lo miramos desde un
punto de vista etnocéntrico y occidentalista.
Esto de por sí ya conlleva otra problemática, porque, ¿hasta
qué punto podríamos considerar este pensamiento nuestro actual como heredero
del pensamiento clásico?, o aún más, ¿cómo podríamos establecer un nexo que
conectara nuestro actual pensar con sus inmediatos precedentes, ya sea el
idealismo, el marxismo, el positivismo, etc.? Esta forma nuestra de “pensar”
nuestro pensamiento, propia del historicismo, contiene en sí una imagen de la
historia similar a una gran cadena, en la que numerosísimos eslabones se
encuentran conectados entre sí, en una secuencia sin fin. Ahora bien, lo que no
se tiene nunca en cuenta en esta concepción, es la posibilidad de la existencia
de otros eslabones que, por motivos evidentes, nunca han sido incorporados a
esta cadena. Me refiero a aquello que ha quedado fuera del relato oficial,
fuera de la historia tal como la concebía Hegel: lo a-histórico, entendido como
“fuera del linde de la historia del progreso humano”. Es evidente que los
perdedores de todas las épocas han quedado fuera de este mono-relato
historicista; es por esto que los “saberes” propios de los nativos americanos
nunca han sido incorporados a la historia del progreso, es por esto también que
hoy nos resulta casi imposible comprender el pensamiento presocrático, al que
tenemos que mirar desde un relato ya construido, en buena parte por Platón,
pero legitimado, vez tras vez, por el ideal de superación de los relatos
pasados.
De esta forma, los pensadores presocráticos (o más bien
debiéramos decir preplatónicos), aparecen como representantes de una época
arcaica, cuyas concepciones acerca de la naturaleza y de la vida son vistas por
nosotros de modo condescendiente, como si éstas pertenecieran a un estadio
infantil del pensamiento humano. Por eso al intentar descifrar la figura y el
pensamiento de Sócrates, tendemos a situarlo, no ya en su justa medida, sino
como frontera entre un pasado superado y una proyección hacia el futuro.
Ciertamente para nosotros Sócrates es una figura atrayente,
siempre rodeada por un cierto halo de misterio; Nació en 469 ac, en el seno de
una familia de clase media. Su padre era cantero (escultor) y su madre, tras la
muerte de éste, se dedicó al oficio de comadrona. Murió ejecutado en 399 ac. tras
un juicio en el que fue encontrado culpable de impiedad.
Sócrates probablemente no fue un gran filósofo, en el
sentido que hoy entendemos; no pudo (o no quiso) sistematizar su pensamiento,
sino que se limitó casi exclusivamente al diálogo sobre cuestiones relacionadas
con la moral, descuidando, o dando poquísima importancia, a otras problemáticas.
Sin embargo, no podemos considerarlo tan solo como una especie de predicador de
la moral, pues esto no le haría justicia en ningún caso.Tampoco dejó nada escrito y ésto, unido a las diversas
fuentes - principalmente Aristófanes, Jenofonte, Platón y Aristóteles- de que se dispone para desentrañar su
pensamiento, hace que la posibilidad de que los estudiosos puedan reconstruir
al Sócrates histórico se convierta en una tarea imposible. Así pues, dado el
tiempo y el espacio limitado, dejaré de lado esta cuestión, así como la
cuestión de la genuinidad del pensamiento Socrático en tales fuentes, y me centraré en intentar descifrar qué es lo
que Sócrates podía entender por una realidad absoluta y si ésta puede alcanzarse
a través de la dialéctica.
Para Grecia, el siglo V ac, fue un periodo de transición en
muchos aspectos, se produjeron grandes cambios sociopolíticos. Por supuesto, el
pensamiento de la época no podía sustraerse del contexto en el que se
desarrollaba; vemos que es entonces cuando “el eje de la reflexión filosófica comienza a desplazarse de la naturaleza y del
cosmos hacia el hombre, y a todo aquello que le concierne en cuanto miembro de
una sociedad.”
Podemos decir que en esta época tiene lugar una especie de”
humanismo”, en el que se desarrollarán las ciencias humanas. La sofística será
en buena parte responsable de todo este desarrollo, pues esta corriente de pensadores
centraba toda su atención en la educación (paideia) de los jóvenes a fin de
producir grandes y excelentes “profesionales” que medraran en la polis. Los
sofistas no se preocupaban ni de la phýsis, ni del kósmos, ni de conceptos
abstractos como la verdad o la justicia; Lo único que centraba su interés era
formar a la futura élite de la ciudad. En
este contexto es donde tiene lugar el ascenso de Sócrates.
Desde el principio, Sócrates fue confundido con un sofista
más, y no es descabellado pensar que quizá eso fue una de las causas de su
condena, ya que la época de finales del siglo V fue un periodo de franca
decadencia en Atenas. Se desmoronaba no sólo la hegemonía militar y comercial
ática, sino también las formas de vida tradicional de los ciudadanos. Así que
no es de extrañar que se echara buena parte de culpa a los sofistas, esos
extranjeros procedentes de las colonias que se dedicaban a introducir nuevas
ideas en los jóvenes. Esto sería paradójico porque en realidad Sócrates no hizo
otra cosa que luchar contra las concepciones utilitaristas de la sofística, haciendo
a éstos a su vez, directamente responsables de la decadencia ateniense.
Sócrates, además, buscaba incansablemente contraponer un método para llegar a conocer
conceptos universales y objetivos, de modo que a la luz de éstos, pudiera
practicarse una vida virtuosa para llegar a ser mejores hombres y mejorar así
la ciudad.
Cómo antes he reseñado, Sócrates seguramente fue un
personaje excéntrico, algo tosco, despreocupado de las convenciones sociales y
académicas, y parece que nunca estuvo muy interesado en las cuestiones
especulativas sobre la naturaleza y el ser, sino que desplazó estas
investigaciones hacia el ser humano, tratando siempre de dar respuesta a algo
así como: “¿qué significa ser hombre?”. Se limitó, pues, exclusivamente al
ámbito moral. Hay que destacar el método utilizado por Sócrates para lograr
descubrir esos conceptos generales.
Sócrates pretende siempre llegar a los conceptos generales, a partir de
premisas particulares. A través de un proceso dialectico, que consta de dos
momentos, la Ironía-refutación y la Maiéutica (dar a luz), buscaba que cada
interlocutor, después de haber incurrido en contradicción respecto a lo que
creía saber, llegase a “dar a luz”
conclusiones propias, ideas que se encontraban ya en su interior sin saberlo.
Por eso Sócrates sí busca una realidad fija, objetiva,
contraria a la opinión, pero no le interesa la ontología, sino los discursos
que puedan trascender el ámbito de lo subjetivo para llegar a ser universales.
Es decir, por medio de los dia-logos, desechando opiniones parciales y
subjetivas, poder llegar a conocer las realidades universales. Esto convierte a
Sócrates en una especie de J. Habermas
de su siglo, que busca a través de la crítica y el diálogo, una razón común,
unos ideales comunes para salvar Atenas de la decadencia en la que se estaba
sumiendo. Con ello pretendía superar tanto el dogmatismo ontológico de
Parménides, (el cual podemos identificar con una posición política
reaccionaria, inmovilista, de pensamiento único), como el relativismo utilitarista
que hacía de la política la sofística. Las preocupaciones socráticas en estos
momentos se mueven en torno a la moral, a la virtud y el bien supremo del
hombre.
Es cierto que Sócrates sí coincide con los sofistas en
primar los problemas políticos sobre la mera especulación científica, los
problemas morales sobre la physis. Lo que separa sin embargo a Sócrates de los
Sofistas son los diferentes posicionamientos políticos que toman. No olvidemos
que el gran debate ontológico recorría ya un siglo, la sofística era heredera
de esa tradición pluralista, donde el Logos (el “decir” racional) estaba por
encima de consideraciones abstractas sobre la naturaleza. “El decir” se
transformaría en “Los decires”; ya no habría un único “decir” sobre el ente,
sino una múltiple pluralidad de “decires”. La consecuencia de esto fue que para
ellos nunca más podría existir un único discurso verdadero, “los decires” estaban
por encima del “ser”.
Frente a este subjetivismo y relativismo de la sofística se
posicionará Sócrates, él si busca una realidad objetiva, cree en normas
universales verdaderas, válidas per se, y superiores a la contingencia de las
opiniones subjetivas. Lo que ocurre es que Sócrates no se apoyará para ello en
la otra tradición, en la ontología del ser-uno. El ser único parmenídeo
representaba una especie de “fascismo”, un pensamiento y un discurso único y
totalizante. Sócrates piensa que las especulaciones sobre la Naturaleza y el
Arché no tienen mucho sentido. Es en el hombre (y no fuera de él), en el autoexamen de nuestra conviencia donde hay que
buscar la verdad. Del conocimiento propio se nos revelará la verdad y conoceremos el bien, y del bien se
derivarán las normas universales, objetivas y verdaderas. Pretende así
encontrar conceptos universales, a través del diálogo, a través del autoexamen
de la moral individual. Los grandes temas socráticos: el bien, la virtud, el
intelectualismo moral, no hay que mirarlos sino a la luz de esta creencia.
Ahora bien, el problema estriba en que Sócrates parece haber
ignorado el hecho de que el ser humano tiene voluntad propia. Su
“intelectualismo moral” en el que la sabiduría es identificada con el bien, y
la ignorancia con el vicio, es fuertemente determinista; de esto se deriva que
nadie puede hacer el mal voluntariamente, sino que lo hace por ignorancia del
bien. Esto parece a todas luces contrario a la realidad, pues el ser humano
está dotado de voluntad, y puede hacer tanto el mal como el bien de manera
consciente, es decir, que puede hacer el mal a sabiendas que es un mal.
Esto nos llevaría a trasladar esta problemática al terreno
inestable de los conceptos universales. Es decir, el ideal socrático podría
pretender algo así como: comienza realizando un auto-examen de tu
conciencia individual para liberarnos de los prejuicios y de las
pre-comprensiones, aprehende la verdad revelada a fin de poder participar después en el diálogo (dialéctica)
y poder llegar, a través de éste, a un concepto universal.
Sin embargo ¿de qué manera podríamos fundamentar un concepto
objetivo a través del diálogo universal de seres subjetivos? Parece complicado
entender que exista la posibilidad de hallar una definición objetiva y
universal de un concepto, tal como por ejemplo el de “justicia”, sin que exista
una idea ya impuesta. Es decir, Sócrates se acercó a la senda de la metafísica,
aunque no pudo transitar por ella, porque probablemente no pudo ver más allá de
su realidad inmediata.
En cuanto a las “realidades objetivas” pues, y para decirlo
con Marzoa, habrá que entender que todo cuanto se dice sobre algo concreto,
conlleva su tematización. Es decir, “establecemos un concepto, en cuanto de
ello decimos algo, en cuanto le referimos o atribuimos algo.”
Un concepto como “justicia” lleva en sí su tematización,
aquellas caracterizaciones que le atribuimos como “justicia”; pero éstas
caracterizaciones, a la vez no se tematizan porque ya están pre-supuestas y
forman constitutivamente este mismo concepto de “justicia.” El eidos (aspecto- imagen), en término de Platón, equivaldría a un “En
qué consiste ser”, o “Qué constituye el ser” de algo, mientras que lo que
utilizamos para designar ese algo, el ente, se expresaría como “Lo que es”.
Así, a la pregunta: ¿Qué “es” justicia? No se podría responder
intentando tematizar lo constitutivo de ésta (el eidos), porque entonces incurriríamos en una contradicción;
haciéndolo responderíamos algo así como: “lo constitutivo de tal es lo constitutivo de tal es
lo constitutivo…” pero nunca llegaríamos a una
verdadera definición firme de lo que pudiera ser la justicia. Algo así
es lo que Sócrates pretende, intentando descubrir conceptos universales, en
conceptos “particulares”, a los que ya les suponemos unas ideas determinadas.
Es probable que la crítica despiadada que Nietzsche le dirigiera,
considerándolo como “el primer exponente del linaje de los alucinados del
transmundo” vaya en este sentido.
Sería Platón el que andando el tiempo entendió que el “Ser”
de algo no puede estar en el mismo plano que “la determinación particular” de
ese algo. Platón es capaz de construir el edificio metafísico, deduciendo que
sólo el eidos es; es la “idea de” la que prevalece sobre lo
particular, sobre la cosa. Por tanto la presencia de algo en realidad no es de ese algo concreto, sino que es presencia
de la idea sobre ese algo. De ahí se
deduce su distinción en dos niveles de conocimiento, el sensitivo (el que mira
lo a-par-ente) y el superior (el que mira el eidos propiamente dicho) En conclusión, Sócrates nunca pudo superar
esta contradicción entre la realidad y los conceptos objetivos porque no pudo
vislumbrar lo suprasensible como plano distinto a lo real. Su búsqueda de una
verdad objetiva no podía superar este obstáculo y fue Platón, sin embargo, el
que sí dio el paso definitivo para la fundamentación de la metafísica.
AUTOR: JOSÉ ANTONIO
MARÍN DIAZ