Comentario propuesto para el capítulo 2. “El trabajo del sueño
de la representación política”
Si de lo escrito en el comentario anterior pueden extraerse
unas ideas generales sobre los acontecimientos que estamos viviendo en nuestro
mundo globalizado en este primer cuarto de siglo, se ha de prestar también atención
a ciertas cuestiones que son básicas para la comprensión total de dichos
acontecimientos.
Como la guía de estos comentarios es el análisis económico y
político marxista, no podemos pasar por alto sus complicaciones dialécticas. En
el anterior escrito se dejó expuesto las contradicciones que pueden conllevar
un rígido historicismo, una concepción evolucionista de la humanidad. También
vimos que las relaciones entre las tradicionales clases sociales no podían ser
comprendidas a la luz de lo que era “ley natural” en el siglo XIX, pues estas
relaciones se habían desdibujado enormemente, y hoy ya no está claro hacia donde tenemos que dirigir la mirada cuando
queremos saber quién maneja y mantiene esencialmente el desequilibrio
estructural que legitima el capitalismo. Consecuentemente este último punto es
el que debemos analizar en profundidad, intentando dilucidar el problema de la
representación política en nuestras sociedades occidentales.
Marx tenía claro
que la representación política no puede reflejar directamente la estructura
social. Es decir, es posible que un partido político represente los intereses
de varios grupos sociales diferentes, o puede que una clase social renuncie a
ser representada directamente por un grupo político confiando en ejercer el
poder mediante otros medios, etc.
Esta complicación puede explicarse mediante un ejemplo: Las alianzas políticas constituidas para preservar la hegemonía de
una determinada facción. En su análisis de la revolución francesa y posterior desenlace,
Marx pone como ejemplo la creación del Partido del Orden, el cual tomó el poder
cuando el impulso revolucionario se fue agotando y empezaron asomarse los
fantasmas del viejo régimen. El Partido del Orden surge de una alianza de dos facciones abiertamente
monárquicas y aristocráticas. Es decir, que ambas facciones son profundamente antidemocráticas, pero comparten un denominador común: la defensa del
republicanismo. Su interés común solamente puede representarse mediante la forma de la “negación
de la premisa compartida”. Del mismo modo, en la actualidad, los agentes políticos que mejor
representan los intereses del Capital no son los partidos conservadores o ultraconservadores,
sino las alianzas formadas tácitamente entre estos y la socialdemocracia (razón
por la cual, por ejemplo, Wall Street confía en Obama). Acercando el foco al problema en
España, se deduce que aquel agente que mejor representa al capitalismo no es únicamente el
Partido Popular (tradicional facción conservadora en este país), sino el pacto formado sobre una premisa compartida (aunque intangible), entre este partido y la socialdemocracia española, que en este caso está representada por el Partido Socialista Obrero Español.
Una de las conclusiones, pues, a que llegamos es esta: Para representar la totalidad, para que el sistema pueda funcionar, el partido que gobierna debe inevitablemente representar a una clase particular, pero como ningún partido o facción está en condiciones de hacerlo sin tapujos, representa a aquella que precisamente no está constituida de un modo cohesionado y con unos intereses definidos. Es esa una clase de individuos “apolíticos”, situados por encima de los intereses de clase, que no pueden representarse a sí mismos y por tanto son su caudal permanente de votos. Esa clase es la "clase media".
Una de las conclusiones, pues, a que llegamos es esta: Para representar la totalidad, para que el sistema pueda funcionar, el partido que gobierna debe inevitablemente representar a una clase particular, pero como ningún partido o facción está en condiciones de hacerlo sin tapujos, representa a aquella que precisamente no está constituida de un modo cohesionado y con unos intereses definidos. Es esa una clase de individuos “apolíticos”, situados por encima de los intereses de clase, que no pueden representarse a sí mismos y por tanto son su caudal permanente de votos. Esa clase es la "clase media".
La ambigüedad de la clase media tiene su mejor ejemplo en
el modo en que se relaciona con la política: por un lado, se autodefine como “apolítica”,
solo quiere trabajar y vivir en paz… esta es la razón por la cual tiende a
apoyar golpes de estado autoritarios cuando la sociedad se agita. Por eso, es la clase media la que apoya los movimientos populistas y derechistas más
reaccionarios.
En síntesis: Como la representación política pura no es posible, por cuanto que una facción no puede representar exclusivamente los intereses de
una determinada clase, dentro de la democracia parlamentaria los
partidos hegemónicos tienden a hacer alianzas tácitas sobre una premisa común
a fin de preservar el sistema que les permite seguir gobernando hegemónicamente…
aunque sea por turnos. Estos gobiernos pueden cambiar las formas y los discursos pero se
mueven y giran siempre sobre un mismo plano. De hecho, es la “idea” de protección
del "Estado del Bienestar" y de la "idea" de "Clase Media" el denominador común con el cual forman sus pactos, y que les
permiten seguir gobernando cuasi eternamente. Ni el partido más conservador tendría en su programa
la eventual destrucción de estas “ideas”, aún cuando las políticas reales vayan
en esa dirección. La formación en nosotros de esa idea del Estado del Bienestar
y de la pertenencia a una Clase Media indefinida, son las mejores armas que
utiliza la hegemonía económico-política para mantener el poder y desarmar cualquier aspiración de cambio de
paradigma.
AUTOR: JOSÉ ANTONIO MARÍN DIAZ
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