Es curioso que a estas alturas del desarrollo humano todavía
existan personas que no saben, o que no se acuerdan que hubo un tiempo no muy
lejano en que en el mundo existieron otras formas de organización social distintas
del capitalismo. Es curioso observar como estas personas rechazan
sistemáticamente cualquier atisbo de cambio de sistema económico; cuando oyen
la palabra “socialismo” se sorprenden de que siquiera lo plantees, acto seguido
repiten cual papagayos las consignas lanzadas por, no lo olvidemos, el mismo sistema
que salió triunfante y el que domina hegemónicamente casi la totalidad del planeta.
Sería bueno recordar que a mediados de los ochenta del siglo
pasado tuvo lugar una gran revolución en occidente. Esta revolución, claro está,
es mucho más prosaica que las anteriores revoluciones en la historia de la
emancipación humana, tanto es así que sin temor podría llamársele contra-
revolución, o mejor aún, anti- revolución. La historia nos revela que en ella
los dos presidentes de las dos naciones más industrializadas y prósperas del
mundo se dieron la mano, y al dictado de las grandes multinacionales, del gran
capital, comenzaron a impulsar y desarrollar un sistema económico en el que el
estado social fuera progresivamente despareciendo a favor de la iniciativa
privada y del capital. A este sistema se le llama neoliberalismo económico, también
se le llamó globalización, y hoy día, más que una crisis lo que estamos
viviendo es un decisivo ataque de este gran capital a fin de lograr sus últimos
objetivos.
A esta “revolución”, claro está no podía permanecer ajeno el
pensamiento. En esos años de transición donde el sueño del socialismo soviético
se desvaneció debido a una gran crisis económica producida precisamente por
este capitalismo salvaje globalizador, se produjeron toda una serie de profundos
cambios culturales y sociales. Uno de los más llamativos y paradigmáticos es el
de las tesis sobre el “fin” de la evolución en todo sentido. Es decir, muchos
autores llegaron a concluir que el desarrollo humano no podía considerarse más
una evolución, un mero desarrollo sucesivo. De ahí se derivaron una serie de
tesis como la de Danto que proclamaba que el arte llegó a su fin porque después
del retorno a lo real que supuso el pop art no podría existir una legitimación
desde la estética que pudiera rechazar cualquier práctica artística. Tras la
desaparición de la unión soviética en “El fin de la historia”, Francis Fukuyama
propugnó el fin de toda ideología distinta
al liberalismo.
Este cambio cultural y del pensamiento humano supuso en gran
medida la creación del hombre postmoderno, un ser aislado y asocial en muchos
sentidos. El fin de la historia, de la metafísica de la historia, ha dado lugar
a un pensamiento único, a una sola cosmovisión en la que no cabe otra visión
distinta de la realidad que se nos impone desde el capital. Es tan fuerte esta
realidad que, ya no la utopía, sino siquiera la distopía nos parecen imposibles, como cuentos de hadas. La única realidad posible es la del
dinero, la de la mercancía comprable y vendible.
Sin embargo, en mi opinión, no creo que las tesis posthistóricas
hayan sido realizadas a mayor gloria del capitalismo, sino todo lo contrario. En
origen, éstas fueron propugnadas en aras de una mayor emancipación del ser
humano respecto de cualquier dogma impuesto heterónomamente, fue un llamado a una especie de
anarquía autárquica. Lo que nunca se tuvo en cuenta desde estas tesis es la posibilidad
de que la libertad que soñaban sería
absorbida por esta realidad uniformante, convirtiendo al individuo postmoderno
en huérfano de ideales. Ya nadie creería en nada, por tanto nadie tendría que
luchar por nada, además luchar tampoco serviría de nada… y así el hombre
postmoderno se ha encontrado en una espiral de escepticismo de la que no le es
posible escapar.
Sin embargo, sí es posible que exista una realidad distinta
alejada de la realidad dominante y absolutista. No sabemos hacia donde se pueda
dirigir este individuo, este ser humano en transición desde su época moderna
hacia un mundo distinto. Puede dirigirse hacia lo mejor, pero también hacia lo
peor. Estemos siempre alerta para transitar por los mejores canales a fin de
llegar a buen puerto.