Comentario propuesto para el
Capítulo 1.
Partiendo siempre de la crítica de la economía política realizada
por Marx -que es el más veraz análisis de la realidad material y del
funcionamiento de nuestras sociedades capitalistas- hemos de observar y
aprender a analizar los acontecimientos geo-políticos y sociales que se están
produciendo en la actualidad en todo el mundo. Sin embargo, a la vez que
hacemos esto, hemos de disociar completamente de este análisis el “determinismo”
del historicismo evolucionista marxista. Este historicismo contempla, a grandes
rasgos, la inevitabilidad de que la lucha de clases acabará resolviéndose
gracias al papel del sujeto revolucionario encarnado en el proletariado. La
historia de la emancipación humana será consecuencia de la inefabilidad
evolutiva en la que el ser humano está inserto. A la vez que este sujeto
proletario toma el poder, el capitalismo será sustituido por el comunismo
(Todo es uno). Esto es, a todas luces, algo que escapa a la realidad. Por un
lado asigna sin más a una clase (el proletariado) el papel de libertador, aún
sin contemplar las posibles variables objetivas de la realidad en el momento en
que pudiera producirse tal revolución(es) mundial(es). Pero más grave es aún el papel
que este determinismo concede al capitalismo, concibiéndolo como un sistema
abstracto y estático, en el que las fases de su existencia irán sucediéndose
ordenadamente hasta que llegue el momento de su destrucción. Como vemos, esta concepción es erronea porque debemos
entender que la fuerza del capitalismo reside en que el mismo sistema se
sustenta constantemente a través de un antagonismo estructural, del que todos
participamos, y que actúa como motor del propio sistema. Este antagonismo le
permite sortear los obstáculos (crisis económicas, etc.) y escapar hacia el
futuro. Nosotros de una forma u otra legitimamos este antagonismo y permitimos que la dominación del capital se autogenere.
Las relaciones proletariado- explotador (concebidos en
términos de trabajador industrial y patrón), centralizada y jerarquizada,
pudieron ser válidos en el siglo XIX y XX, pero podemos ver cuan dista de la
realidad actual esta relación de fuerzas. En nuestra época, la producción
material ha sido sustituida en muchos casos por la producción simbólica, es
decir, por un trabajo inmaterial autogenerado en el que el valor del producto
no reside en el objeto material fabricado, sino en su carácter intelectual y
afectivo por un lado, o en su caracter especulativo por otro. Esto no quiere decir, por supuesto, que no existan explotadores y
explotados, sino que las relaciones entre estos se han desdibujado y han
cambiado considerablemente. Hoy en día es el poder financiero quien tiene en su poder las fábricas y los bienes de la vieja
burguesía (tradicional dueña de los medios de producción material). Si
esto es así, ¿dónde está ahora esa burguesía? Sería estúpido, cuanto menos,
pensar que ésta ha desparecido, que hemos llegado a una época de nivelación
social. La realidad de esto es que ha mutado hacia la figura del "experto". La plusvalía que tradicionalmente recibía el
burgués gracias al trabajo del obrero ahora se ha convertido en Plus-salario.
Es decir, la burguesía ha devenido en élite, ya sea esta técnica, artística,
financiera, política, etc. Como decimos, esta élite recibe un Plus-salario por su posición en la escala social. Este plus-salario se autoperpetúa en las élites a través de la
educación y de las relaciones sociales. En el primer caso, gracias al poder
adquisitivo de las familias que concede
un mejor y mayor acceso a los medios educativos de calidad (prestigiosos
colegios, universidades elitistas), mayor tiempo de estudios, más apoyo en
forma temporal, más recursos profesionales, etc. El segundo caso se entiende por sí mismo. Las redes de
relaciones elitistas permiten que el hijo de un prestigioso cirujano tenga más
fácil el acceso al puesto de jefe de neurocirugía de un hospital, del mismo modo, el hijo
de un amigo íntimo de cualquier director de banco tiene muchas papeletas para acabar trabajando como directivo en
éste, y así podríamos ir enumerando casos en cualquier área (cargos políticos,
directores de instituciones, etc.). Gracias a esta sencilla fórmula, el poder
financiero (auténtico dueño de todos los medios de producción), se garantiza el
mantenimiento de una jerarquía económica, y se asegura de paso la existencia de
una clase dominante dispuesta a mantener sus privilegios y a defender los
intereses de éste. De esta forma la élite se autogenera, defiende con uñas y
dientes al capital, pues gracias a él mantiene sus privilegios. Con esta élite
el capitalismo sigue conformándose como un sistema de dominación, pero que sabe
cambiar y autoexpanderse, adaptándose a la realidad social objetiva.
Vemos cuán lejos está esta realidad de la simplista y
determinista forma en la que Marx veía las relaciones explotador- explotado, y
como erró el tiro a la hora de determinar cómo el capitalismo se agotaría e
iría cayendo gracias al empuje de la fuerza revolucionaria del proletariado. No
es extraño que en la época de entreguerras esto cobrara pleno sentido, pero hoy
vemos que lejos de esto, el sistema capitalista mantiene su hegemonía porque-
no lo olvidemos- lo conformamos y lo legitimamos personas; como personas sabemos
adaptarnos, cambiar, pelear para sobrevivir. De modo que el capitalismo se
protege, se proyecta hacia el futuro, se autogenera, y no caben en él
explicaciones del tipo: “el capital pasa por unas determinadas fases”, “que
todo es cíclico”, “que hay un capitalismo bueno y otro malo”, etc. Pues aunque
todas estas explicaciones no son erróneas por sí mismas, no reflejan la
autentica realidad del sistema.
Esto nos lleva a analizar los recientes acontecimientos en
Europa. Por un lado, la oligarquía financiera hace su trabajo: El BCE, el FMI,
La OCDE dictan sentencia sobre los estados, y con una llamada telefónica tienen
la capacidad de empobrecer a las clases medias, condenar a la miseria al lumpen,
recortar derechos sociales, robar, expoliar, etc. Por otro lado, la élite
(sobre todo política, aunque no exclusivamente), se limita a agachar la cabeza,
a aplaudir y a ceder la soberanía del estado a los bancos. Con ello se consigue
que la oligarquía financiera acumule más poder económico y con ello más poder real sobre los estados y las personas. Por otra parte,
la élite nacional se garantiza el mantenimiento del poder en su ámbito territorial, más si cabe al
mantener a una población en estado de miedo constante, con lo cual se consigue
que ésta sea fácilmente manipulable y que esté dispuesta a aceptar cualquier
régimen de esclavitud.
Ante este panorama, en Europa estamos asistiendo a dos formas
de contestación a esta situación, pero ambas giran en torno a un mismo plano.
La primera es la de alinearse directamente con la oligarquía nacional, la de la
defensa nacional-capitalista ante los ataques de las instituciones europeas y
mundiales. Surge así un ultranacionalismo que es el caldo de cultivo para el
fascismo. El ejemplo vivo de esto es Grecia y el surgimiento de movimientos
neonazis como “Amanecer Dorado”. Esto no
merece más comentario, pues es algo que hemos visto ya en muchas ocasiones de
nuestra triste y famosa historia reciente. La otra forma es la de las protestas
sociales “ciudadanistas” (Democracia Real Ya, Toma la plaza, etc.) Estas protestas son un reflejo de todo lo
anteriormente dicho.
Son heterogéneas en cuanto a las personas que forman parte en
ellas, pero surgen sobre todo como reacción ante los recortes de los gobiernos,
que suponen la pérdida de derechos sociales y de salario de los trabajadores.
No surgen como una verdadera lucha por el cambio, a lo único que aspiran es a
la protesta, a la crítica de lo existente sin dar alternativas (porque no se proponen
cambiar nada). No es extraño, pues, que a estas protestas se sumen toda clase
de personas, desde la burguesía que ve peligrar su plus-salario, esto es, su
situación privilegiada respecto a la clase trabajadora, hasta estudiantes
universitarios que ven peligrar su futuro estatus, pasando por una autoengañada “clase media”,
que hasta hacía pocos años miraba a los elementos burgueses y aspiraba a llegar
a ser como estos, y hoy está aterrorizada por la posibilidad de verse degradada
a ser una clase baja (trabajadora y explotada). Lo que no se ve en estas
protestas es precisamente a esa verdadera clase trabajadora, salvo en casos
aislados y siempre para defender intereses propios y específicos de su sector, ni tampoco se ve a los desempleados. Esto así nos da una idea sobre el plano en que se
mueven estos dos polos. Por un lado la ultraderecha que protege a la oligarquía nacional, que
se dispone a organizarse, incluso a armarse, para luchar por sus intereses y
protegerse del extranjero. Por otro, estas protestas blancas, que le hacen el
juego a la misma oligarquía haciendo de válvula de escape para el desencanto
social, y que no plantean un verdadero cambio de paradigma, sino que además estarían
dispuestos, llegado el caso, a defender el sistema de “castas” con tal de
salvar el orden económico.
Ante tal atomización, la clase trabajadora no puede sino
empezar a redefinirse, debe empezar a saber quién es y qué papel juega en la
sociedad; no puede contemporizar con las democracias burguesas, sino que debe
apelar (siquiera teóricamente) a la lucha de clases, que está más viva que
nunca, y sobre todo debe aprender de la situación actual, porque el cambio, la
subversión, es más posible en este escenario actual que en todo el siglo
anterior.
Autor: José Antonio Marín Díaz.