Tras la
lectura de las dos novelas de Ayn Rand - El
manantial y La Rebelión del Atlas-
creo necesario hacer una crítica muy general y resumida de las posiciones “objetivistas“defendidas
por la autora. Ignoro si esta corriente filosófica tiene muchos seguidores, o si
tiene el suficiente peso dentro de la tradición filosófica occidental; en todo
caso no es esta una preocupación que deba ser estudiada aquí, como tampoco es
mi intención hacer una crítica literaria de estas novelas, sino por el
contrario intentar despejar algunas dudas que me han surgido a raíz de la
lectura.
Por de
pronto, la posición ideológica es claramente liberal. El individuo es lo importante,
la colectividad es el enemigo a batir. Esto no tiene nada extraño dentro de la
tradición norteamericana, pero en mi opinión, esta ultra-defensa del individuo
contra la sociedad que le oprime y conspira para evitar su plena realización,
se hace de una forma vil y tramposa.
Tomemos como
ejemplo la novela El Manantial; El personaje principal es Howard Roark, un
arquitecto que quiere y consigue hacer edificios sin plegarse a las exigencias
de la sociedad. Hasta ahí es algo muy loable, pero la pluma de Rand nos
describe un ser totalmente despojado de todo sentimiento, un ser que sólo es
pura razón. Esto convierte a Roark en un ser asocial, o mejor, sociópata. En
medio de sus discursos megalomaniacos, se justifica el derecho de opresión de
unos pocos fuertes sobre los más débiles y menos dotados. Pero ahí creo yo es
donde está la trampa. Roark forma parte, quiéralo o no la autora, de una clase
superior (llamémosla alta burguesía), como lo son todos y cada uno de los
personajes de sus novelas. Nada nos dice la autora de aquellos otros infra-seres
que trabajan en la construcción de los edificios proyectados, sin la participación
de los cuales no pasarían de ser quimeras en la mente del arquitecto. No
resalto esto porque quiera dar preeminencia a una posición ideológica sobre
otra, sino porque es tramposo dotar de unas cualidades determinadas a un ser
humano concreto -que casualmente siempre está dentro de la clase dominante- y
callar con malignidad sobre la posibilidad de que otro ser humano, tomemos por
caso un simple obrero de la construcción, pueda estar dotado de esas mismas
cualidades. Muy al contrario, cuando los obreros tienen algún papel en la
narración, es para reforzar su propia opresión, para justificar el derecho de
superioridad de un ser mejor sobre otros seres peores, miran a Roark como a un
dios, y estarían dispuestos a sacrificarse en la pira por él. Pero la pregunta
que surge es la siguiente: ¿Entre toda esa gente pequeña no existe nadie que se
sobre-ponga a su posición, a su condición como individuo dentro de la sociedad?,
¿nadie que sepa que es grande por sí mismo, y que comience a hacer su santa voluntad
frente a su jefe?, ¿no es eso precisamente lo que hace Howard Roark?
Esta
ocultación ya denota una posición ideológica muy extremista. Fascista me
atrevería a decir. Aboga abiertamente por el derecho natural a la opresión,
individual, económica y socialmente.
Esto último
es muy curioso, pues para ilustrar ese anhelo de superhombres y esa fobia al colectivismo,
el socialismo se nos presenta a través de un personaje cómico y maquiavélico, Ellsworth
Toohey, cuyo único fin es destruir a los seres individuales, a los seres con
algo que ofrecer al mundo, para favorecer en cambio los logros de la “masa”.
Esta es otra de las trampas filosóficas del libro. Cuando observamos a ese gran
hombre que es Roark, no lo olvidemos, un ser sin miedos, sin compasión, sin
sentimientos (un autómata en fin, un ser completamente individual que no
depende de nada ni nadie) nos surge una pregunta: ¿Cómo es posible que haya
proyectado siquiera una casucha?, ¿Cómo ha podido proyectar edificios,
rascacielos, viviendas experimentales? Rehúsa de la sociedad, pero es la
sociedad la que le permite, en esencia, ser lo que es. Sin esa sociedad, sin
ese sistema social que le ha ofrecido, de una forma u otra, las condiciones
necesarias para poder usar a esa misma sociedad para sus propios fines, Roark
sería un mono todavía en el árbol, un mono, eso sí, con corbata y con delirios
de grandeza.
Para
resumir, el objetivismo de Ayn Rand, al menos tal y como está expuesto en sus
dos novelas, adolece de una entidad suficiente como para ser tomado en serio.
Es una utopía fruto de los delirios y de los miedos de la autora, pero que no
tiene consistencia y que conlleva una peligrosa carga de racismo, clasismo y de
justificación del derecho natural de opresión de unas personas sobre otras.
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