Labrando el Erial

Erial: Dícese de una tierra o de un campo sin cultivar ni labrar.







Hay que comenzar, como todas las cosas, por un principio, y este blog pretende ser mi pequeña aportación, mi pequeña semilla para ayudar a cultivar el erial cultural en el que vivimos.



Probablemente nadie leerá nada de lo que aquí aparezca publicado, pero hay que pelear con los medios que tenemos a nuestro alcance para contribuir así a despertar las mentes aletargadas, adormecidas y aborregadas por la televisión y el utilitarismo.







martes, 5 de junio de 2012

Racionalidad de la ética

Racionalidad de la Ética 
Razón Teórica y Razón Práctica 

Uno de los grandes problemas a los que se han enfrentado los teóricos que han estudiado los asuntos relacionados con la ética a lo largo de la historia, es el de su propia especificidad, esto es, a "qué" podemos denominar ética o, en otras palabras, qué es "lo" ético, como distinguir aquello que cualitativamente llamamos ético. La sinonimia existente entre ética y moral, términos ambos que podrían ser traducidos como “costumbre”- aunque tal denominación no hace del todo justicia a los ricos y sutiles significados que podemos deducir de estos vocablos-, es muy reveladora.
En primer lugar, la Moral puede ser entendida como costumbre, pero esa costumbre vendría a significar el ejercicio de aquellas acciones que nosotros realizamos “por costumbre”, es decir, inspiradas por unos valores personales y unas normas que en mayor o menor medida nos auto-imponemos. En segundo lugar, por Ética podemos entender aquella acción, o reflexión filosófica acerca de nuestra estructura moral, acerca de aquellas nuestras acciones. Esta distinción entre lo pensado y lo vivido, es el paralelo aristotélico que distingue entre la ciencia, que se ocupa de lo “necesario”, aquello que no puede ser de otra manera, y la filosofía, ocupada en aquello que es “contingente”, aquello que puede ser de múltiples maneras posibles, y ante lo que no se puede aplicar un análisis empírico-científico.

Así pues, Aristóteles traza una clara distinción entre la razón teórica y la razón práctica, distinción ésta que más tarde recogería Kant en sus célebres críticas. Pero aún dentro de estas “teorías sobre la razón práctica”, Aristóteles también distinguió entre dos formas de hacer, es decir, de actuar. Dividió la misma práctica en: Práxis, y Poiesis, de modo que fuesen dos conceptos separados. Por Práxis podemos entender el proceso dinámico al realizar una acción, es decir, no se agota cuando alcanza la finalidad de la acción concreta; Es un proceso y resultado de actuar. Mientras que con Poiesis entenderíamos aquello que es el resultado concreto de hacer algo, el producto resultante de la acción, que se determina a posteriori. Por tanto práxis, en cuanto acción permanente, es un concepto que podríamos asimilar fácilmente a nuestra razón práctica. Constantemente tenemos que actuar, que realizar acciones, sin intuir cual haya de ser el resultado final de tales actuaciones. Por eso mismo, la razón práctica no se puede confundir con la razón científica, que se ocuparía de aquello que “no puede ser de otra manera de la que es”, porque ésta razón está atada por las leyes de “lo necesario”.

Sin embargo no está del todo claro en la filosofía de Aristóteles que nuestras acciones estén guiadas por un tipo de juicio independiente de nuestros juicios científicos. Nuestras convicciones acerca de lo que deberíamos hacer parecen estar fundamentadas, en última instancia, por nuestras creencias acerca de lo que hacemos. Esto es así porque si el ser humano conociese cual es su Télos, su fin natural, obraría consecuentemente para alcanzarlo, y no habría lugar para actuar de otro modo posible, porque ese fin tendría su fundamento en el propio ser del hombre. Es por eso por lo que podemos hablar de una fundamentación ontológica de la ética aristotélica.

 Kant, sin embargo, en su formulación y crítica sobre la razón práctica, renunció radicalmente a basar la ética en una ontología, en una teoría del “ser”. Para Kant, la racionalidad práctica de nuestras convicciones tiene que ver, no con aquello que creemos que “es”, sino con aquello de lo que estamos convencidos que “debe ser”, aún cuando nunca haya sido y es improbable que vaya a ser. Estableció una total independencia de la ética, ocupada de lo que “debe ser”, respecto de la ontología, ocupada en consideraciones relativas sobre lo que “es”. A partir de aquí, se deduce que los fines que persigue el hombre ya no vienen ontológicamente asignados, sino que habrán de ser éticamente construidos.

El hombre moderno, el homo economicus, desnaturalizado, atomizado, ha perdido también ese “ser social” que le correspondía como fin natural, en cuanto miembro de la polis (o como miembro de una verdadera religión). La sociedad moderna hubo de ser reconstruida sobre unos nuevos cimientos. Como ya no existía un fin natural, una finalidad comunitaria, el individuo tuvo que habérselas con su propia individualidad. Es por eso que la modernidad, y Kant en concreto, conciben la ética como una práctica, no impuesta heterónomamente, sino autoimpuesta por el propio individuo.
Las palabras del propio Kant no dejan duda de ello:

“La filosofía práctica es una ciencia que versa sobre las leyes objetivas del libre albedrío”

Kant, consciente de que es el individuo, el sujeto moderno, el que ha de tomar las riendas de su propia moralidad, construye a partir de ahí un “edificio normativo”, de modo que el hombre pueda entrar en él y sentirse seguro, sobre una nueva fundamentación.

Básicamente, Kant distingue tres tipos de imperativos en orden a construir un nuevo sistema ético: un imperativo de habilidad, un imperativo de sagacidad, y un imperativo de la moralidad. Baste decir de los imperativos de habilidad, que el fin que persiguen es utilitario, en base a mis propios intereses en un momento dado, y de los de sagacidad que es la destreza en el uso de los medios a fin de alcanzar el fin universal de todo ser humano: La Felicidad.

Pero los imperativos morales han de ser explicados con mayor detenimiento, pues constituyen el núcleo de la ética Kantiana. Antes de detenernos en este tercer tipo de imperativo, apuntar que la “razón instrumental”, esta concepción de la razón encarnada en los imperativos anteriormente vistos, fue implantándose progresivamente en la sociedad moderna hasta llegar a ser sinónimo de “Racionalidad”. Hoy día lo podemos comprobar fácilmente si aplicamos tal término, por ejemplo, a la economía capitalista, la organización burocrática de la sociedad, al “monoculturalismo homogeneizante”, etc. Si bien, esta “racionalidad” por un lado habría servido para liberarnos de supersticiones, prejuicios y errores pasados, (fruto de las tradiciones culturales o religiosas), también es cierto que no llevó aparejado un progreso moral. El desencantamiento, sobre todo religioso, trajo consigo un vacio de sentido, de metas comunes, lo cual, dicho sea de paso, aprovecharon las fuerzas económicas y burocráticas para dominar hasta la última parcela del individuo a través de sus eficientes mecanismos de explotación.

Ahora si, el tercer imperativo Kantiano, el imperativo moral, no es de la misma naturaleza que los anteriores. En éste, su fin nunca está determinado, ni la acción se halla determinada por un fin que cumplir, sino que se dirige a la autonomía y a la libertad del individuo, independientemente de cual fuere el fin. Nuestro libre albedrio, nuestra libertad para hacer o deshacer, posee en sí mismo “el bien”, de modo que el ser humano es de por sí un sujeto moral. El individuo ha de cumplir libremente con su deber, y esto no por ser una obligación impuesta externamente sino porque su capacidad de decisión está gobernada por un imperativo moral que le impulsa a obrar deontológicamente. Aquí se encuentra el núcleo de la "confrontación" entre lo que "es" y lo que "debe ser", o para entenderlo mejor, entre lo que "hacemos" y lo que "deberíamos hacer", entre como "actuamos" y cómo "deberíamos actuar" ante los inmensos retos éticos de la vida que antes comentabamos.

En el siglo XX, el intuicionismo ético, la ética analítica, o el pragmatismo, por poner algunos ejemplos abordaron esta cuestión desde distintos ángulos. Lo cual nos debería llevar en la actualidad a reflexionar sobre los dos planos éticos nombrados, el primero, allí donde transcurre la acción valorativa y normativamente inspirada, y el segundo, allí donde se nos permite reflexionar crítica y filosóficamente sobre esos valores y esas normas. Pero también a reflexionar, así mismo, sobre la necesidad de añadir un tercer plano al que podríamos denominar Meta-ética, destinado a permitirnos reflexionar sobre las doctrinas éticas desde donde se llevan a cabo las distintas reflexiones sobre la ética.  

Autor: José Antonio Marín Díaz

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